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UNO MUERE de un golpe en la nuca atizado con una quijada de burro en cualquier página de la Biblia, muere de peste bubónica en un barco a las Indias, muere de un torzón, a daga o arcabuz, reventado entre chapas y cristales en el arcén de una carretera... hay mil formas de morir y cada una es distinta a la otra. Los elefantes y los grillos se mueren siempre de la misma manera que sus antepasados y cuando tienen que matar para comer, matan las mismísimas plantas que sus tatarabuelos; no parecen muy dispuestos a explorar otros sabores y especies de la inmensa huerta que es el campo libre. Sus descendientes comerán lo mismo. De ello depende el sobrevivir sin quebrantos y el multiplicarse, que es a lo que viene a este mundo todo bicho viviente... a procrear (sabe el pueblo que la jodienda no tiene enmienda), a jalar lo más posible y a practicar la ley del mínimo esfuerzo, una filosofía que convierte en doctores summa cum laude a los chopos y a los geranios, pues en esto el reino vegetal nos lleva una distancia insalvable a los animales, que tenemos que matar a otras especies para poder vivir, todo el día apiolando bichos y vegetales, toda la vida a muerte, a morir, a reventar, a luchar, a buscar, a pillar, a robar, qué plan. El árbol se planta en su orilla de la vida, chupa zumo de suelo, no se mueve del sitio, alza sus ramas al cielo y estira el cuerpo y la vida cien años, trescientos o más de dos mil, como el tejo y la secuoya que, como todos los árboles, sólamente tienen una forma de morir, de pie, salvo que aparezca por allí un abencerraje con gorra, hacha o tea. Pero el hombre es una especie prodigiosa; cada día inventa una nueva forma de matar y de matarse. Uno se mata o se muere mayormente por la boca, como el pez, porque resulta ser que somos lo que comemos o engullimos. En lo que metamos al cuerpo están las claves de nuestros males. Y aquí viene mi espanto. Me entretuve en leer unos de esos helados chiripitifláuticos que venden a los guajes (con lupa, porque los muy cabroncetes especifican por ley los ingredientes, pero los ponen con letra escrita por piojo para que cuele y no inquiete el explosivo cóctel). Me quedé aterrado. Eso es una bomba de sustancias que jamás el hombre había probado antes. La relación del delito y de la componenda es tan larga, que necesito otra columna. Mañana.

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