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NO ES nuevo que un obispo aproveche el púlpito para hacer política. La Iglesia Católica no ha hecho otra cosa desde los tiempos del Edicto de Milán, en el siglo IV de la Era Cristiana. Lo que sí puede sonar a nuevo -por extemporáneo- es la ocasión elegida por monseñor Julián Barrio, arzobispo de Santiago de Compostela, para trufar su prédica, en principio destinada a la ofrenda al apóstol que es patrón de España, con una crítica directa a la reciente disposición del Gobierno encaminada a regular el matrimonio entre parejas del mismo sexo. Nadie discute el derecho de la Iglesia a pronunciarse acerca de lo divino y lo humano puesto que los creyentes aceptan de buen grado su magisterio, también en los asuntos terrenales, pero la Conferencia Episcopal no puede extender esa tutela a los ciudadanos que no son católicos. El Reino de España es un Estado laico y el laicismo es el punto de encuentro que garantiza y permite el encuentro y la convivencia entre creyentes y no creyentes. Aceptar que hay una verdad (la «verdad revelada») que está por encima del ordenamiento jurídico del Estado democrático -como se infiere de las palabras de monseñor Barrio- nos retrotraería a etapas históricas obscuras felizmente superadas. Al margen de lo que cada uno pueda opinar del matrimonio entre parejas de homosexuales -y el punto de vista de los obispos merece ser escuchado- estamos hablando de asuntos terrenales, y, por lo tanto, opinables. La jerarquía católica que tanto se acomodó en el pasado a ordenamientos políticos refractarios a las libertades públicas, no debería olvidar que en los sistemas democráticos es al Parlamento a quien corresponde dictar las leyes. Cualquier ensayo para establecer una estructura de pensamiento ajena a la expresión libre y democrática de las ideas está fuera de lugar. La Iglesia tiene derecho a decir lo que estime oportuno en cada momento, pero a creyentes y no creyentes les puede llamar la atención, por decirlo cariñosamente, que los mismos prelados que no encontraron ocasión para recordarle al anterior presidente, Aznar, que el Papa había dicho que participar en la guerra de Irak era un acto inmoral e ilegal, hayan aprovechado la presencia del Rey Don Juan Carlos en la ceremonia de ofrenda al Apóstol Santiago para leerle la cartilla a José Luis Rodríguez Zapatero.

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