Diario de León

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DE GÉNERO es la violencia, de género es la ley y de antiguo viene la cosa, pues ya antaño hubo de legislarse para contener la hemorragia de guantazos a la mujer. No somos, pues, tan modernos dictando leyes de protección. Leo al azar un pasaje del Fuero de Cuenca dado en 1184; allí se establecen penas concretas (aunque alguna da risa) para delitos de género «del que forzare o robare a mujer ajena, de la mujer forzada o rascada, del que denostare a mujer ajena, del que tomare a la mujer por los cabellos, del que cortare las tetas a la mujer, del que cortare las faldas a la mujer y del que matare a la mujer». Es de suponer que si hubo de dictarse esta ley fue porque abundaba el delito, pero sorprende el rigor de este fuero en una España medieval con feudalismo de horca y pernada; y sorprende aún más que constituya delito en el siglo XII el denostar (injuriar gravemente, infamar de palabra), cuando la denostación es hoy, más que actitud general, deporte olímpico, pelota en la calle y ley en las instancias. Ya en el Egipto de las dinastías se establecían penas para el que insultara a su consorte. ¿Qué viaje hizo el hombre en su progreso para volver a las andadas?... Porque treinta siglos después un admirado personaje, apóstol de la no violencia, Mohanday Karramchand, fue maltratador de su primera esposa y, además, le negaba el débito conyugal desde que se metió en política (Karramchand era Gandhi). Pero de la misma forma que en algún tiempo se dictaron leyes contra el maltrato a la mujer y se penó el tortazo o el insulto, también hubo quien condenó el amarlas. San Jerónimo, con todo su peso en la patrística cristiana, estableció que «quien ama a su esposa comete adulterio». La doctrina entonces venializaba el yacer ocasionalmente con puterío desorejado o las violaciones en campaña, pero se escandalizaba ante el amor, que es lo que conjugan los amantes, algo que sólo ocurre en la aventura extramarital, según doctrinarios y santos, por lo que entre cónyuges sólo debe caber la «cháritas coniugalis y la honesta copulatio», piedad conyugal, polvo tapado, breve, a oscuras... y con algo de asco para no lindar con la sensualidad. Amor es pasión del alma; y apasionarse, dictaba san Jerónimo, es malo, así que por pecado se tenía y el infierno se le anunciaba. Pegarlas pudo ser delito y amarlas, pecado. ¿Qué hacer pues?...

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