Diario de León
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CARLOS CARNICERO
León

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UNA ENCUESTA mundial sobre los valores en los que se soporta la humanidad nos informa que el ochenta y cinco por ciento de los españoles creen que Dios existe y un confortable treinta y cinco por ciento entienden la existencia del infierno. Este contraste es lo primero que hay que agradecer. Creen en Dios más del doble de los que lo hacen en el diablo, lo que induce a la confianza de esa religiosidad porque no está tan atenazada por el infierno. Dios es una necesidad fundamentada en la incomprensión sobre la esencia de nosotros mismos. Como no encontramos explicación a los vértices de la vida se la adjudicamos a cualquiera de los dioses de las religiones que sobrellevan la existencia de la humanidad. Pero hay muchas más religiones de las que aparecen en los vademécum de creencias, porque cada ciudadano del mundo que opta por la fe la construye a su manera con excepción de los fundamentalistas integristas. Solo esta circunstancia nos salva. Todas las religiones son igualmente respetables y todas son igualmenté grotescas en sus ritos. Para nosotros la ceremonia de la misa es habitual: un hombre -nunca una mujer- ataviado con festivos y trasnochados ropajes, circula ritos hasta trasmutar el vino y el pan en la sangre y el cuerpo de Cristo, mediante ceremonias que a otras culturas podrían parecer ritos de magia, sobre todo por lo que se pretende es un resultado eminentemente tan mágico como el cambio de la materia y, sin embargo, la santería afroamericana, por poner un ejemplo, nos parece grotesca sólo porque los babalaoos consultan caracoles. Lo que se hace cada vez más difícil es ser un estricto miembro de cualquier religión porque la velocidad de adaptación de sus teologías y sus exigencias a las costumbres circula a una velocidad mucho menor que el conjunto de la sociedad. El resultado de esta diferencia es o la laxitud en la práctica de los credos o la constitución de religiones como sectas de místicos o fundamentalistas dispuestos a vivir al margen de las corrientes de la sociedad. Eso les está pasando a George W. Bush y a Osama Ben Laden. Se creen a pies juntillas los mandatos de su respetivo dios, y el resultado está a la vista. Hay que creer en Dios como los españoles, con un poco de distancia. A fin de cuentas sólo son religiones.

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