Diario de León
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LUIS ARTIGUE
León

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Y HABLANDO DE Miles Davis y su jazz cool tranquilo, claro y clarividente; hablando de esa trompeta llena de sentimiento que invita a la globalización de los sentidos, bueno será decir aunque parezca que no viene a cuento que el jazz lírico heredero del blues también puede ser este verano una opción y un camino, lugar exótico al que acercarse, comienzo... Se han editado recopiladas en formato CD las canciones de amor de Miles Davis y, se lo aseguro, la trompeta luminosa de ese hombre suena como Ella cuando dice sí. Ese sonido atmosférico, austero a su manera, habla directamente a la persona solitaria que hay en todos nosotros y nos hace saber que estamos oportunamente solos porque hay cosas a las que uno debe enfrentarse así, sin aliados, intentando rozar la lucidez y la belleza. Por ejemplo en soledad conviene escuchar estas canciones, este psicoanálisis melódico, para descubrir así que lo sagrado es una visión del mundo. Hay notas musicales que aportan más significados que muchas palabras. Dentro de estas canciones, por ejemplo, uno puede notar la variada gama de emociones no académicas de este músico genial; puede perderse en los laberintos armónicos, puede encontrarse en los sonidos de fusión y comprender que el jazz es la alegría que sintoniza el cuerpo con el alma, y la tristeza que hace del grito música, y la serenidad que invita a lo sagrado, y la electricidad vital, el juego, el fuego, la libertad, ese vértigo que tiene algo que ver con el ralámpago. Un pueblo oprimido en Norteamérica se liberó de sus cadenas mediante la música y nos la regaló para que supiéramos que la música clásica canónica nos eleva y nos saca del mundo, sí, pero el jazz nos introduce súbitamente en él. Nos sacude. Nos obliga a enfrentarnos con el dragón y a descubrir que toda adversidad quiere ser superada o asumida. No hace concesiones el jazz ni tampoco frivoliza porque porta en sus entrañas el eco de los cantos de plantación y nos insinúa así, como el poeta, que hemos pasado tiempos duros pero no se nos ha estrellado la barca del amor. Hay canciones frívolas que llegan y pasan, pero aquí está también la eternidad del jazz que habla sobre lo que de verdad importa: el amor, la verdad y la superación del miedo. Miles Davis, por ejemplo, hace fluír la suave pasión de su trompeta cool como si fuera un arooyo y, al haceerlo, al tocar virtuosamente ese instrumento, y llenar el aire de sofisticadas armonías, y llevarnos de paseo por los distintos estratos de la vida psíquica, nos invita también a distanciarnos de nosotros mismos, y nos da perspectiva. He ahí la mística de la música. He ahí lo sagrado de la serenidad. Todas esas canciones parecen hablarnos al oído sobre el amor sin florituras; sobre un ser humano muy parecido a sí mismo que llega junto a cada uno de nosotros como para que dejemos atrás lo peor de lo pasado, y sigamos, o empecemos porque en el origen está ya un poco el destino. El jazz emocionalmente improvisado de Miles Davis nos hace saber también que el hombre en este mundo se va construyendo sobre la marcha, que hacen falta el talento y los reflejos porque sólo disponemos del presente, porque la Historia es interminable pero nuestra historia es muy corta. Está claro que la sociedad actual mercantilista y triunfalista en que vivimos apenas deja sitio para lo minoritario y aún menos para lo genuíno pero por eso, para que no nos convirtamos definitivamente en máquinas necesitamos, por ejemplo, este jazz lírico como una noche serena repleta de astros reflejados tristemente en un lago... En nosotros. Así brilla Miles Davis.

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