Diario de León
Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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Una tarde de 1969 Pedro Borges, profesor de español en Ponferrada, compró un ejemplar de «Ficciones», de Jorge Luis Borges. Al día siguiente lo leyó, y quedó tan cautivado por aquel texto que encargó todas las obras de aquel escritor que se apellidaba como él. -No lograba escapar del mundo de sus cuentos -me diría muchos años después Pedro Borges, paseando los dos por Ponferrada-. Y es que nunca leí nada tan prodigioso. Entramos en un bar de la calle Ancha. Allí Pedro me dijo:-Hace unos años estuve en Buenos Aires. Fui a ver a Borges, ya quería conocerlo en persona. Tuve que pedir dinero prestado pero lo que importa es que el 20 de agosto de 1973 estaba delante de su casa, en el número 994 de la calle Maipú. El portero me advirtió de que el señor Borges no recibía a nadie sin cita previa, pero yo le dije la verdad: que había venido desde España sólo para conocerle. «Usted verá», me dijo al final, señalando el ascensor. «Don Jorge Luis vive en la quinta planta». Salimos del bar de la calle Ancha y llegamos a la plaza del Ayuntamiento. Cuando el ascensor se detuvo, mi corazón latía desencajado -continuó Pedro-. Pulsé el timbre y me abrió una mujer de edad que era Fani, el ama de llaves de Borges. Me dijo que el escritor no me podía atender, mas fue tanto lo que le insistí que al final aceptó que aguardara la respuesta en el recibidor: un cuarto decorado con dos estanterías donde reposaban viejas ediciones de clásicos ingleses. Mientras miraba sus lomos, Fani volvió del interior del apartamento y me dijo: «Puede estar media hora con él, ni un minuto más. A las cinco vendrá don Adolfito Bioy».-¿Y qué te pareció Borges? -le pregunté a Pedro. -Un hombre muy reservado y receloso -me contestó-. Yo no lo imaginaba así. Después de leerlo tanto, había concebido una idea de él que luego, al verlo al natural, no me casaba. Reconozco, eso sí, que estar con Borges era una emoción muy grande. Pero sus maneras, secas y huidizas, me decepcionaron. Yo hubiera preferido encontrar a un Borges irónico, incluso incomodado con ese visitante que se atreve a robarle parte de su tiempo. Pero me tocó un Borges pusilánime. Conmigo, desde luego, no estuvo nada ocurrente, aunque tuvo el detalle de dedicarme un ejemplar de la Historia universal de la infamia. La despedida fue fría, y al salir, Fani me dijo que aquellos meses Borges estaba un poco deprimido por el retorno de Perón al poder. -Qué raro todo -dije-, pero Pedro no dijo nada. Entramos en la calle del Reloj. -Aquel hombre no era Borges -me confesó allí Pedro-. Lo supe dos años después. Un amigo mío de la universidad de Lyon también había ido a Buenos Aires a conocerle. Eran ya muchos los profesores que lo hacían, y con esto de los viajes a ver a Borges hubo un doble que alquiló un apartamento en la casa del escritor. Pronto se hizo amigo del portero y entre los dos urdieron el engaño. Tiempo después, se supo que el doble de Borges era un hombre rico de la provincia de Entre Ríos. Un estanciero culto a quien le faltaba la gloria para sentirse pleno. Con su dinero mantenía la vivienda, que era un calco de la de Borges, y retribuía a la criada, que era muy parecida a Fani, Y también a un hombre delgado y elegante que se hacía pasar por Adolfo Bioy Casares, y que le visitaba casi todas las tardes. El portero se limitaba a mandar al Borges auténtico a los visitantes con cita, y al otro Borges a los espontáneos como yo. Pues tiene su gracia, le dije. -Sí, pero ahora que lo pienso, ya no estoy tan seguro de que mi Borges fuera el falso -ponderó Pedro-. Tal vez el que yo vi era el auténtico, sólo que le gustaba jugar a ser el impostor.

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