Diario de León

Cosas de aquí y de allá | En el Camino

La ruta a través de los sellos

Las credenciales de los peregrinos son un muestrario de las más variadas estampas de tinta; decenas de imágenes que marcan el paso del caminante por la Ruta Jacobea

Publicado por
Rubén Santamarta - redacción
León

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Los hay rojos y verdes, abundan los negros y azules; se cuentan por decenas en una única credencial. Son los sellos que atestiguan el paso del peregrino por un pueblo del Camino. Esa tradición, aunque viene de viejo, no es tan antigua como la ruta jacobea. Hoy, la popularización de la flecha amarilla ha propiciado que se cuenten por miles esos cromos. Tanto ha cambiado que hay hasta peregrinos profesionales con su propio distintivo. Inicialmente, sólo los recintos religiosos marcaban ese paso; luego se sumaron asociaciones de amigos de la ruta, albergues, hostales, tascas o museos (el del chocolate de Astorga es uno de los más celebrados entre los caminantes). En O Cebreiro sellan la credencial todos los negocios, aunque el que se busca es el de la iglesia. Tres marcas, bien significativas, se imponen allí: una imagen del pueblo primitivo, el cáliz del milagro -el santo grial-y el de la de la virgen románica. Ese último, el de Santa María la Real do Cebreiro, puede presumir de ser una de las imágenes más antiguas de todo el Camino, si no la que más. «Cualquier sello vale», recuerda el responsable de la Oficina de Atención al Peregrino de Santiago, donde se deja la última muesca en la credencial. «A min o que máis me gusta é o de aquí», comenta don Félix, el veterano cura. ¿Chauvinismo? Puede, pero los testimonios de varios peregrinos consultados le dan la razón sobre las marcas más bellas de la ruta. Otros, como el bilbaíno José Antonio Bouza, sin quitar razón al sacerdote, muestra su predilección por las de Navarra. ¿De dónde procede la tradición? Hay que remontarse más de cinco siglos. Aquel que entonces buscaba indulgencia dirigiéndose a Santiago recibía una carta de presentación de las comunidades cristianas. Se ganaba con ella alojamiento y almuerzo. Luego llegaron los sellos. «Se hizo necesario en cuanto aparecieron otros medios de transporte para hacer el camino, desde la diligencia. Había que crear un documento que se reservase a aquellos que fueran a pie», apunta el teólogo Juan José Cebrián. Entonces empezaron a ponerse en cuadernos, libretas, papeles sueltos... para dar fe de ese caminar. Luego se concedió también a bicigrinos y jinetes. Faltaba un documento homologado. Ahí nació la actual credencial. La que portan ahora los peregrinos -cincuenta céntimos cuesta- es un producto bien reciente. Data de finales de los pasados ochenta. Fue cuando la Iglesia decidió homologar un único modelo, aunque sin éxito: hoy cualquier asociación ligada al Camino está facultada para expedir cartillas.

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