Diario de León

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SAQUÉ A PACER la pluma hace unos días por los prados de Príapo y más de dos se me arremolinaron en la censura recriminándome lo basto de mi gusto y lo barato del tema, ¿qué necesidad hay de echar mano de este asunto del colgajo masculino tan soez y tan sobado (en esto estoy de acuerdo, le dije) cuando a tí te sobran?, y además escribiendo allí polla a lo bruto o cipote sin pedir perdón siquiera, sin excusarte ante las señoras de la sala, cargando la suerte para marcarte un artículo facilón. A uno le respondí con afabilidad y confidencialidad: la tienes pequeña, ¿no?... Lamentablemente, su ira colorada, su cara ofendida y su media vuelta lo confirmaron. Supongo que acabo de perder un admirador malo y de ganar un enemigo buenísimo. ¡Sélaví! (que en francés quiere decir «es la vida», así que resignación, paciencia y a seguir barajando). Resuelto el trance, no dejé de pensar aquella tarde en el porqué lo fálico escandaliza, turba o enoja tanto. En mi artículo sólo hablaba de la valentía escénica de los griegos en su teatro inaugural de la Olimpiada sacando a la palestra un tipo histrión que lucía un descomunal falo de pega entre las piernas, de la misma forma que también sacaron a cien tíos tiesos como estatuas, todos iguales, todos con un pizarrín ridículo imitando al que lucen las esculturas clásicas, cosa que a todos los tíos nos consuela, pues confirmamos que... mucha espalda de dique y mucho músculo en gavilla, mucho atleta, pero en realidad son unos capones y tienen la minga enana, si ya lo sabía yo... Es cierto que incomoda a mucha gente hablar del miembro viril, que es la forma educada de llamar (con perdón) a la polla, que es como un pene, pero con hueso. En este asunto, como en tantos, late mucha hipocresía. En la historia y en el arte ha venido mandando un hombre que se encanta desnudando a las mujeres en mármoles, cuadros, cine o publicidad, pero que oculta sus vergüenzas en un pudor inexplicable. Sin embargo, hay épocas en las que lo fálico o la exaltación insultante de la virilidad ha subido a lo más sagrado, altares, catedrales o sillerías, a canecillos románicos como los de la iglesia de Villarmún donde un encuclillado paisano nos muestra su rotundo material que le llega a la barbilla. Aunque tampoco es casual que estos alardes coincidan con periodos de venialización de homosexualidad.

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