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El maestro leonés de Fidel

Amando Llorente fue profesor del presidente cubano y compartió duras jornadas con él en Sierra Maestra; Castro le salvó incluso de una muerte segura en aguas bravas

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E. Gancedo - león
León

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Nunca sabe el maestro cuál de esos jóvenes a los que da clase se convertirá, con el paso de los años, en una personalidad clave y significada, alguien de quien dependan los destinos de todo un país; aunque bien puede ser que tenga una intuición sobre ello: «Tú tienes que hacer cosas grandes», le dijo un día el jesuita leonés Amando Llorente a Fidel Castro cuando éste no era más que un adolescente. La historia del padre Amando Llorente, hermano del célebre Segundo Llorente, misionero durante más de 40 años en Alaska, comienza en el pueblo leonés de Mansilla Mayor, pero prosigue en Bélgica, adonde hubo de trasladarse para seguir la carrera jesuítica por cuanto que la Compañía seguía expulsada de España y sus bienes, confiscados. Allí cursó el noviciado durante cinco años, tras los cuales continuó estudiando Filosofía en Oña, Burgos. Antes de adentrarse en los misterios de la Teología, los jesuitas deben ejercer la docencia durante tres años en colegios, y él fue destinado nada menos que a La Habana: Llorente recuerda un viaje terrible de 28 días en barco, en plena Guerra Mundial, debiendo avisar de su situación cada dos horas y siendo interceptados por submarinos en varias ocasiones. En la capital cubana estuvo impartiendo clase durante tres años en el Colegio de Belén, famoso internado habanero en el que también vivía un joven del Oriente llamado Fidel Castro. Llorente, llegado con tan sólo 22 años al país, consideraba al futuro presidente (tenía entonces 16 años) como «un buen alumno, valiente, de gran capacidad», y, por ello, le animaba a participar en todo tipo de concursos estudiantiles, que casi siempre solía ganar; así como a entrar en los Exploradores (especie de scouts ), un ingreso que les llevó a ambos a compartir inolvidables jornadas de ejercicio y cultura en plena naturaleza caribeña. Fue en una de esas excursiones cuando Castro tuvo la oportunidad de salvar la vida a Llorente en un difícil paso a través de un río de aguas brevas. Tras esa experiencia, Amando volvió a España, donde vivió en Comillas, y después en Oxford (Inglaterra), lugar en el que se ordenó sacerdote. Pero su contacto con la isla no se había acabado: regresó a Cuba para dar clase en la Agrupación Católica Universitaria justo cuando la Revolución ya estaba en marcha: Castro, aquel joven impetuoso e inteligente se había convertido en comandante de todo un ejército revolucionario atrincherado en las boscosidades de Sierra Maestra. Llorente fue enviado hasta allí por el Vaticano para comprobar cuáles eran las pretensiones de los rebeldes, y allí también compartió reflexiones y confidencias como en los tiempos de la escuela. 15 días después, Batista huía y el ejército revolucionario entraba en La Habana en medio del entusiasmo y el delirio popular. Después, su contacto fue disminuyendo por los compromisos políticos del dirigente, pero, en lo que se refiere a la marcha del país, Llorente lo tiene claro: «El idealista no suele tener cuenta las consecuencias de su idealismo, y las injusticias que puede acarrear». Como bien dice, «la historia de Cuba sigue en marcha».

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