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León

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LA MINISTRA de Educación -además de salir en el Vogue ha hablado en algún sitio, luego existe- ha anunciado que en septiembre se empezará a debatir la nueva ley que sustituya a la Loce y que ese debate tendrá lugar en la Conferencia Intersectorial o algo así. No importa mucho. Todo debate sobre la reforma educativa es importante. Sólo espero que ese debate no sólo se realice entre todos los partidos, sindicatos profesionales, asociaciones de padres, etcétera, sino que llegue, de verdad a la escuela y a la familia. Ya que se ha paralizado una reforma legalmente aprobada que trataba de hacer frente al creciente fracaso escolar, más vale hacer algo que dure. Las experiencias desde la Ley Villar Palasí de 1970 no son, precisamente, buenas. La educación debería servir no sólo para formar gente instruida, sino para mejorar el nivel moral o ético de las personas y de la sociedad. Nos estamos jugando algo más que el saber, que también nos lo jugamos. Hace poco Miguel Delibes apostaba por «la educación, la educación. Incluso la educación del gusto. Tal vez ésta sea la primera exigencia», decía. La educación del buen gusto, claro, cuando estamos en el paraíso del mal gusto. Pero no me quiero desviar. Hasta ahora, la mayor parte de las reformas educativas se han hecho sin los principales actores de la película: los profesores. Y, desde luego, sin los titulares del derecho, especialmente en los primeros años, los padres. Gobiernos de uno y otro signo han dejado de lado a los que más saben del problema educativo y a los que más interés tienen en la educación. Por eso, un debate de altura es bueno e importante, pero una reforma que se haga para los profesores, para los estudiantes y para las familias, pero que no cuente con ellos está condenada al fracaso. El PSOE hizo muchas promesas educativas, algunas más demagógicas que de fondo, pero sobre todo hizo una: que la reforma educativa se haría escuchando todas las voces. Esa promesa es la primera que hay que cumplir: escuchar a todos, a los que siempre están de acuerdo y a los que no, a quienes son verdaderamente representativos y, sobre todo, a quienes todos los días tienen que aplicar lo que los políticos diseñan. Antes de reformar nada, un gran debate nacional, a ver si, entre todos, somos capaces de llegar a un pacto de Estado sobre la educación.

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