CRÉMER CONTRA CRÉMER
Salutación del optimista
DE REGRESO a casa, a lo que dedicamos nuestro tiempo inédito, es a hacer balance de la vacación; ¿Hemos sido todo lo felices que cabía esperar de la biografía de un hombre humilde y errante? ¿Hemos alcanzado la medalla de oro que ambicionábamos, en la Grecia fecunda? ¿Disponemos de imaginación y de dineros suficientes para emprender la aventura del nuevo ejercicio con optimismo? ¿Conseguirá Alfredo Martínez, Presidente de Fele-Comercio ajustar los horarios del comercio a gusto de casi todos? ¿Accederá el Presidente Don José Luis R. Zapatero a tutelar personalmente la producción de biocombustible? ¿Volverán las oscuras golondrinas sus nidos a colgar de nuestros balcones floridos? ¿Nos alcanzará, como presagian los turbios escépticos de turno, las pateras que se anuncias por los guardiamarinas del Bernesga y del Torío, para acabar mediante la fecundidad de las morenas madres saharianas y compañeras de la América de la conquista, con la despoblación de la un tiempo populosa urbe Legio Séptima? ¿Y nuestra Universidad, en la cual todos tenemos puesta nuestra confianza, conseguirá detener la fuga de estudiantes? Bueno, pues pese a todas y otras muchas incógnitas que me asaltan en esta hora del balance, me siento optimista, soy optimista desde el principio al final de mi arquitectura y espero que ni los otros, y mucho menos los de más allá, frustrarán mis esperanzas, que son las de más de ciento cuarenta mil habitantes de este planeta que es León. Porque según me dice la chica municipal y espesa, León se lo merece y los leoneses lo deseamos. Es una cuestión de hombres. Bueno, ahora mitad y mitad, tantos hombres como mujeres. Y estos, que son los que nos representan y enjuagan, o sea los que tienen la sartén por el rabo o mango sepan para qué vale la dicha sartén y para qué las manos que ambos tiene a los dos lados del cuerpo. Porque de poco vale que todos convengamos en que esta puede ser nuestra última oportunidad y que contamos con un Presidente de Gobierno, criado a mano en León, si a la hora de la verdad, a la dura y significativa hora de demostrar las virtudes teologales de la política -honradez, capacidad e imaginación- nos dedicamos a cultivar el diálogo, a sembrar promesas que no se cumplen, en lugar de entregarse a la tarea con espíritu de sacrificio y nos dejamos envolver por las delicias del folclorismo. Si me fuera permitido, cedería para el mejor gobierno de la ínsula, aquella doctrina de Ortega, cuando explicaba: «La verdad es que no se manda con los jenízaros. Así Talleyrand a Napoleón: «Con las bayonetas, Sire, se puede hacer todo menos una cosa: sentarse sobre ellas». Y mandar no es gesto de arrebatar el poder, sino tranquilo ejercicio de él. En suma, mandar es sentarse... Contra lo que una óptica inocente y folletinesca supone, el mandar no es tanto cuestión de puños, como de posaderas...» ¿Lo cogen, señores de la sala?