Diario de León
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ANTONIO CASADO
León

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ZAPATERO y Rajoy en Moncloa, Rajoy y Zapatero en el centro de la actualidad. Hoy, martes, es el día del acontecimiento más motivador de la semana para la insaciable voracidad del periodismo político. Ya sabemos que luego estas cosas se desinflan y el efecto de vísperas se pierde en la polvareda mediática y las declaraciones políticamente correctas. Pero convengamos en que el simple hecho del encuentro entre los titulares de las dos fuerzas que sostienen el sistema es bueno, saludable, justo y necesario. Esperemos que también sea fecundo. Personalmente estoy convencido, aunque quien ahora juega con negras -papeles cambiados respecto a la anterior Legislatura-, Mariano Rajoy, como principal líder de la Oposición, tiene casi el deber de diferenciarse para que aquello no reproduzca las escenas del sofá que en su día protagonizaron Felipe González y Manuel Fraga, bajo la piadosa mirada de Peces Barba. No tiene por qué ser el abrazo de las posiciones del otro pero tampoco deben ser los encuentros a cara de perro que el anterior presidente del Gobierno reservaba para aquel líder «irresponsable», «insolvente» y «antipatriota» que, con el nombre de José Luis Rodríguez Zapatero, representaba una legítima alternativa de poder. Le he escuchado decir en varias ocasiones a Mariano Rajoy que, en cuestiones de modelo territorial de Estado, está seguro de que Zapatero piensa lo mismo que él. Cierto. Pero también es verdad que Rajoy hace muy bien en exigirle concreciones y voluntad de hacer «pedagogía». Pedagogía. Esa es la palabra que suele utilizar el secretario general del PP cuando señala la necesidad de explicarle a Maragall, o a Ibarretxe, que el desarrollo del Estado de las Autonomías está practicamente cerrado y ya no quedan competencias realmente sustanciosas para transferir a las comunidades. La semana pasada salieron de Moncloa mensajes inequívocos en este sentido. Piensa el Gobierno que no se trata de sumar palancas de poder a las Comunidades sino profundizar en las que ya tienen en un marco de colaboración entre ellas mismas y con la Administración central. Un recado muy clarito para las pretensiones del tripartito catalán. Y no digamos para las de Ibarretxe, que ya ha descubierto que ciertas rayas rojas no se pueden pisar. Ni con el PP ni con el PSOE.

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