Diario de León

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LA QUEJUMBRE; esto es septiembre, el mes del quejarse, del adiós al calor y de la vuelta a la realidad, que es fría. Las culpas las paga el tiempo y las bofetadas se las lleva el cambio climático, que es la moda. Si llora el mes, la gente se dispara. La lluvia enfurece. Somos olvidadizos, la memoria es flaca. «Si llueve por la Asunción -y llovió-, cuarenta días son», así que te queda rato de chaparrada y destemple. Mejor que llueva, que la secura de este mes suele ser fuego, y te ahorrarás algunos montes de ceniza lamidos por la llama que esconde ese desierto que avanza; pero te sobrecoges con las imágenes de riadas, avalanchas y catástrofes que se siembran por el ancho mundo, mucha tragedia de agua al cuello y mucha vida arrastrada en torbellino. El pelma de la tele y el prenda de la radio insisten en lo del cambio climático, como si el capricho de estas nubes fuera novedad en el calendario. Echo mano de una agenda con estadísticas meteorológicas y desde hace siglos vienen consignándose los rutinarios fenómenos de septiembre; y se refiere a ello con estas expresiones: gran tormenta, granizos como huevos de gallina, horrorosa tempestad, catastróficas inundaciones, espantosa riada, gran diluvio, torbellino huracanado, pavoroso desbordamiento... Todo nuevo, como se ve. En esas efemérides de los caprichos que se gasta el clima se cita una noticia del año 1618 -ya llovío desde entonces-, cuando en Valencia de Don Juan tuvieron que sacar en rogativa a las calles a todos los santos de peana o sacristía para que dejara de llover de una santa vez o tendrían que enseñar a nadar a las palomas. Rogativas contra la lluvia pocas se ven. El resto te lo dicen los refranes, que son la media estadística que queda establecida en la mollera del pueblo tras haber agotado la vía del escarmiento: Septiembre, o seca las fuentes o arrasa «las» puentes. Septiembre, se tiemble. A septiembre pocos le entienden. En septiembre, quien no tenga ropa, que tiemble. Niebla en septiembre trae al sur en el vientre. Si en septiembre ves llover, el otoño metido es. Septiembre, el mes más malo que el año tiene. Y así. Es un mes atravesado y con él acababan el año los celtas para empezar cosa nueva. A septiembre le sobra, pues, melancolía y le hacen falta cuadernos nuevos para no deprimirse con cancamurrias y consabidos.

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