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Publicado por
JOSÉ ROMÁN FLECHA ANDRÉS
León

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HA ADELGAZADO doce kilos en dos meses de verano. Quería ganar un poco de dinero para viajar a su país y ver a sus padres. Así que se puso a guardar los rebaños de un propietario. Nunca había sido pastor, pero las ovejas han entendido su acento africano. O tal vez han entendido mejor al perro que lo ayudaba. Trabajaba doce horas al día bajo el sol inclemente del altiplano castellano. Es cierto que lo negro de su piel no permite adivinar si se ha tostado un poco más. Para un emigrante como él, esas son minucias de poca importancia. El patrón no le ha asegurado, porque no tenía tiempo para ir a la ciudad a rellenar los papeles. Al final, le ha despachado con ochocientos euros que todavía no le llegan para comprar un billete de avión hasta su tierra. Su delgadez no se debe sólo a las largas jornadas de trabajo. Se debe al hambre que ha pasado. Algunas veces le daban ganas de hurtarle al perro una parte de su comida. Retorno y recelos Evidentemente, los que viven en los márgenes de la sociedad nos interpelan en cada momento de cualquier siglo. Esta historia del verano español del año 2004 nos hace más que verosímil la parábola del hijo pródigo que hoy se proclama en el evangelio (Lc 15, 1-32). No deberíamos olvidar que en el evangelio de Lucas esta parábola está precedida por la de un pastor que pierde una oveja y la de una mujer que pierde una moneda. En tercer lugar aparece un padre que ha perdido a un hijo. En los tres casos nos encontramos con historias de pérdidas y hallazgos. Y en los tres, la aventura culmina con una exultante invitación a la alegría. En el tercer caso se da cuenta del buen talante del hijo «perdido» y también del mal talante del hijo seguro de sí mismo que desprecia a su hermano y juzga a su padre. Pero sobre todo, se nos revela el fondo misericordioso del corazón del padre, que acoge al que retorna a casa e invita al otro a deponer sus recelos. Nostalgia y camino En el salmo responsorial se nos invita a repetir el pensamiento que el hijo pródigo medita cuando aún está lejos de casa: ¿ «Me pondré en camino adonde está mi padre». Para muchos es imposible pensar así. Hemos diseñado un mundo en el que se ha desprestigiado la figura del padre terreno. En muchas ocasiones ha desaparecido. O su casa no es atrayente. ¿Cómo desear volver a ella? ¿ «Me pondré en camino adonde está mi padre». Otros tenemos miedo a pronunciar una frase como ésta. Con ella reconoceríamos habernos equivocado. Y eso nos cuesta. Pero con ella recobraríamos la paz y el perdón que el Padre nos ofrece gratuita y generosamente. ¿ «Me pondré en camino adonde está mi padre». Para los no creyentes tiene poco sentido pensar en un Padre celestial. Y para muchos «creyentes no practicantes» es absurdo soñar con un «hogar» en el que puedan encontrarse con Él. Unas veces por orgullo personal y otras, por culpa de los hermanos que han quedado allí. - Padre nuestro que nos amas y nos esperas, que no se nos agote la nostalgia ni el corazón se nos seque en el pecho. Que al menos el hambre nos haga recordar tu casa y encontrar los caminos que nos lleven de nuevo hasta ti. Amén.

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