EL AULLIDO
La bruja de la calle La Rúa
LA BRUJA que en la tarde-noche echa la buenaventura en la Calle la Rúa no es una farsante, sino una visionaria. De mañana trabaja como contable en una asesoría pero después de las tres, más allá del ecuador laboral del día, se cambia de falda y de peinado como quien cambia de cara, se maquilla al modo en el que un gamberro haría una pintada, ahorra en luz encendiendo velas en casa y se gana un sobresueldo utilizando la imaginación. Me maravilla ver que hay gente capaz de inventarse una forma de ganarse la vida. Ella adivina el futuro de la gente que no soporta su presente; ella entretiene, y consuela, y dialoga como un psicoanalista; ella fábula como un escritor autodidacta que con su literatura entrega lo que no tiene, sí. La esquizofrenia de la noche y el día es aprovechada por pícaras visionarias como ella que hacen trabajos de amor, y echan el mal de ojo, o fabrican maleficios, y amuletos, y demás asuntos razonables. Si hay quien se crea que un sacerdote religioso, con sus palabras mágicas y litúrgicas, puede convertir una pequeña oblea en el cuerpo de un señor, y el vino de mesa con agua en la sangre de ese mismo señor resucitado, por qué no van a creerse que ella ve el futuro en una bola de cristal como si fuera un paisaje reflejado en el agua: sólo hay que saber mirar. La bruja de la Calle La Rúa está a medio camino entre el bien y el mal, la noche y el día, la carne y el pescado. Se sitúa en ese espacio inquietante que Cortázar llamó «lo normal maravilloso» y Aznar denominó «el centro». Hace siglos el clero trataba de exterminar a las brujas pero en la sociedad libre de hoy el clero, las brujas y los escritores nos hacemos la competencia al comerciar todos con lo fantástico, con el más allá. Actualmente lo real, como las obligaciones, resulta una dictadura por eso a nadie le basta con lo real, y a todo el mundo le inquieta el futuro. Existe por eso el hombre del tiempo, y un economista experto en los movimientos de la bolsa, y los corredores de seguros, y los tertulianos, y las monjas de clausura, y los astronautas , y todas esas personas respetables cuya forma de ganarse la vida, mirada desde afuera, parece un tanto exotérica. Sin duda estamos ya acostumbrados a lo sobrenatural. La Historia podría definirse como un perpetuo acostumbrarse a convivir con lo fantástico, y si creen que estoy loco y aún se ríen ustedes de los adivinos, los escritores y las brujas, nosotros nos reímos de quienes se creen que existen los satélites, y la terapia antiestrés, y los rayos X, y el lavavajillas con bioalcohol o el yogurt con elecaseimunitas. Estamos rodeados de una magia moderna, y la tenemos asumida. Hasta nos creemos que un wáter colgando del techo del MUSAC o una videopasada en la que sale Alaska es arte, y tenemos fe en los telediarios y en los nutricionistas que hablan por la radio. Antes había duendes y ahora hay famosos que salen en las revistas. Antes había pócimas y ahora tenemos viagra, prozac, leche semidesnatada con calcio y mezcromina. Avanza la tecnología pero la magia y lo fantástico prosigue entre nosotros aunque no nos demos cuenta. Vivir para contarlo. ¿Escribir es saber mirar? Nuestros políticos dicen que pronto podremos hacer viajes de fin de semana a Marte.A una ciudad la sacaron en portada en los periódicos porque allí se hizo la salchicha más grande del mundo. La oveja Dolly tiene una hermana gemela nacida de una probeta, que es el algo así como el espíritu santo científico. ¡Madre mía!. La de la bruja de la Calle la Rúa es una leve nimiedad... Normalidad cotidiana. Cualquier día la darán un cargo público.