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Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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LO DIJO en uno de los momentos más tensos de la historia contemporánea. Sin que nadie se lo pidiera, entenebreciendo el gesto, fijando la mirada seca en su propio interior (porque hay hombres que han conseguido el privilegio de contemplar sus propios forros) con voz integral, es decir de las que no admiten réplica, dijo, o vino a decir, poco más o menos: «¡Señores correligionarios y sin embargo amigos. Me voy. Ya no seré candidato del partido popular cuya tutela me encomendasteis y al cual he servido fielmente, sin regateos, ni siquiera cuando el amigo americano demandó del presidente del Gobierno de España, colaboración y fidelidad. Aquí, en este momento trascendente para mí, abdico de mi condición de sempiterno candidato a la gobernación del país. Y me retiro hasta que la muerte me reclame». Naturalmente no fueron estas exactamente las palabras empleadas por Don José María Aznar, cuando se despedía del puesto que tenía allí y se permitía, (porque para eso tenía el poder) la licencia de presentar a su sucesor, Don Mariano Rajoy. Y millones de seres humanos, de todos los colores, dearramaron copiosas lágrimas ante el anuncio de la presumida catástrofe nacional. El partido de sus amores y desamores perdió el pulso y el ritmo y todos los supervivientes de la catástrofe derramaron sus energías y sus rosarios se propicia el regreso del presidente. «Se siente, se presiente, José María presidente». Y cuando el Gobierno de don José Luis R. Zapatero se dio cuenta, Don José María ya había conseguido encontrar la forma para reintegrase al ejercicio de las armas políticas. «Me voy -vino a decir- con todas las consecuencias». Y consumidas las «consecuencias», volvió en forma de presidente de honor. O sea como director de la orquesta, pero sin tocar un platillo. En apariencia al menos. Había dicho: «Nunca he creído en las despedidas a medias». Y como despedida entera y verdadera instrumentó la parafernalia universal de su jubilación. Se recluyó, como el emperador Carlos, en su monasterio intelectual y desde su dirección comenzó a rehacer su vida pública. Porque hay hombres verdaderamente históricos que como el rayo de Miguel Hernández, no cesan, digan lo que digan. Lo que sucede, lo que está sucediendo, es que la intempestiva desaparición de don Aznar, nos ha cogido a los españolitos un poco con el pie cambiado y a punto hemos estado de estrellarnos, por no saber a qué presidente atenernos, si se diera la original cabriola política de cambio de rumbo, ni cual puede ser el papel que corresponda a tantos y tantos fieles como quedaron compuestos y sin cargo. ¿Qué puede ser del señor Rajoy, presidente real del partido? ¿Y de Don Manuel Fraga, presidente fundador, ¿qué será, será? ¿Y a qué dedicará su tiempo libre el inolvidable señor Aznar, también presidente y de honor? Ni se sabe: En este estado de zozobra nacional, las gentes más o menos electorales, no saben ni qué hacer, ni qué decir, ni con qué se come el potaje, cosa por otra parte a lo que se ha acostumbrado el español de nuestras pesadillas, sin que a nosotros, que somos por la propia naturaleza de nuestro cargo gente avisada y perspicaz se nos haya ocurrido, ante este suceso o evento único en su clase, otra fórmula de compensación que remitirnos a la copla zarzuelera, que tan bien «pega» en este caso, suceso o evento: «Dicen que se va con otra/ el mocito que ella quiere. Dice que se va, dice que se va,/ dice que se va... y vuelve».

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