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Publicado por
AGUSTÍN JIMÉNEZ
León

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PREGUNTADO un niño español en televisión si de mayor quería ser guardia de tráfico, contestó: «No, astronauta. Es menos peligroso». Y tenía razón. El tráfico mundano va fatal. Las carreteras están llenas de gente huyendo de desastres climáticos o atascadas de presidentes y ex presidentes de España que corren por Estados Unidos en coches separados. Millones y millones transitan por vías que no figuran en los mapas: ¿Qué pasa en China, donde acaba de ascender al poder un 'chaval' de 61 años que también se pasará por el forro los resultados electorales de Hong Kong? ¿Qué hieles se cuecen en Pakistán, el país desquiciado aliado del desquiciado de Washington, ese que que se escaqueó de la mili? ¿En qué dirección marchan los alemanes, que sólo saben ser buenos cuando son ricos? Que un guardia de tráfico averigüe en qué callejón sin salida nos hemos metido. En la segunda mitad del siglo pasado, las carreteras se regían por un código simple pero eficaz llamado la 'detente'. «Si te saltas las leyes de circulación, te multo o incluso te fusilo». El nuevo código reza: «Aunque no cojas el coche, te voy a machacar por lo que hiciste el año pasado o por lo que podrías hacer el mes que viene». El código rebosa de sanciones preventivas y permite a cada cual erigirse en guardia de circulación. El último guardia que ha surgido se llama Vladimir Putin. Perseguirá a los terroristas donde quiera que se escondan. En justa compensación, los terroristas lo perseguirán a él. Ganará quien muera el último. Lo de la muerte como solución final estaba inventado pero no con tal derroche de medios. La ventaja de la muerte es que acaba con todos los problemas. Lo saben las langostas que se zampan las magras cosechas de los africanos míseros para abreviarles las penalidades. Lo saben los que promueven guerras. Con la misma cantidad de dinero con la que se da de comer a los pobres se les mata y se elimina su sufrimiento. Lula, Zapatero y otros han lanzado una campaña contra el hambre. Un capitalista como Cheney prefiere invertir en armas. ¿Quién de ellos tiene razón? El cardenal Rouco no se ha pronunciado: después de salvar las horribles pinturas de Kiko Argüelles, ahora está salvando el matrimonio y además lo suyo no es de este mundo. A lo mejor es astronauta.

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