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Publicado por
MARGARITA MERINO
León

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FUI a buscar los anuncios por fin a la humilde oficina de los demócratas, difícil de localizar en este feudo de Mister Bush donde mi casa será una isla en la repetida opinión aledaña, sí, los carteles de esa propaganda que rezan: «Kerry / Edwards: a stronger America» y lo hice pensando en tus apasionamientos políticos y en el horror que te provocaba la guerra, en el rechazo que te hubieran inspirado los ramalazos de neofascismo que destilan las declaraciones y los hechos de los republicanos duros que se han hecho los dueños de un mundo más maltratado por ese poder que atenaza el país donde vivo amenazando una reelección aciaga. Así, pensando en ti, tomé públicamente partido en la vecindad y he decidido convertirme en anuncio ambulante, pasear la camiseta prodemócrata donde vaya, aunque el asunto intimida un poco por estos parajes, donde andan, y no es una frase simbólica, con las escopetas cargadas, como tú, batalladora, decías. He puesto los carteles/anuncio, paralelos al asfalto, alzados en la hierba, para que sean bien visibles desde la carreterita, en el jardín que no conociste, bajo los altos árboles que nunca contemplaste, acompañada del perrazo alobado al que nunca acariciarás para admirarte de su lealtad cariñosa más allá de su aparente fiereza y celebrar sus ojos puros de color azul pálido, como los cielos hoy tan luminosos de la mañana fresca y soleada que transcurre apacible al runrun de una brisa que no percibo como solía en los caminos españoles del noroeste años atrás. Es mejor recordarte desde este hermoso paisaje, aunque sea tan gélido de afectos, porque en realidad, como nunca lo fue el tuyo, tampoco será mío, asolado por el grito del tiempo extranjero. Y flotas blandamente en las partículas ínfimas de polvo con tu viejo dolor. Es raro pensar que en realidad nunca te conocimos, asfixiada como estabas en tus roles con nosotros la que algún día fuiste, que no supimos de los avatares de una vida con tan pocos datos personales compartidos que llevaste a la tierra extraña donde se anegó tu corazón: tu infancia robada con la muerte temprana de un padre protector que te inoculó la pena primera, la adolescencia que imagino amedrentada por quién sabe qué miedos que se fueron acuartelando en los entresijos de tu psique nublándola, una juventud estrangulada por la guerra fratricida en tu tierra gallega y tu inacabable morriña pese a haberla herido la violencia. Y recuerdo el repetido monólogo de aquellos pobres muertos, y algunos eran niños, niños, todavía repetías incrédula hablando de aquella guerra que te tocó vivir, juguetes rotos con un tiro en la nuca, abandonados a su ensangrentado olvido, pues muchos serían sólo llorados por los desconocidos, como tú misma entregada a un duelo inacabable, en las cunetas. Ay, qué negras lágrimas en la sombra negra las que te he visto derramar. Más que tu espantada tristeza, que la melancolía en la que me iniciaste y que he roído en un ácido rosario hasta conformarla en mis tuétanos prolongando así también en mí tu impotencia en detener la brutalidad de las horas, me acerca hoy a ti el viaje del abandono de tu lar, el apartamiento de tus hermanos queridos que se te fueron muriendo en la distancia, y es la ronca soledad que he penetrado, tan sonora, tan preñada de las escenas perdidas, de los días idos y sus ecos, la que te trae aquí donde no existe el sentido del orden para el que quisiste vivir, la detallista casa de muñecas que desbarató el tiempo. Hace un año, el mismo día del cumpleaños de tu nieta, emprendiste el gran vuelo que te libró de tu cárcel mortal y ahora vives tan próxima, silenciosa, aplacada en la nueva comprensión donde ya no encuentran las palomas tus senderos de arroz. Pero cuidas, fuga astral, con tu pasión callada los frágiles rosales de mi patio, el secreto en el que habitan las hormigas el aniversario de tu nombre tendido en el abrazo de la tierra, mientras te pienso lejos de Puente Castro mirando los capullos que, ausente, nunca cortarás. Descansa en paz.

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