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CRÉMER CONTRA CRÉMER

El noble arte de pelear

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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SE ACABÓ. Lo del «Noble Arte de Pelear» es, en el mejor de los casos, una referencia. A lo sumo, cuando se habla de Troya, por ejemplo, subrayamos el anecdotario y hablamos de Itaca, de Penélope, de Ulises y de la ingeniosa manera de utilizar la caballería de madera. O sea, una bella novelería, en la cual los muertos permanecen vivos en el recuerdo de los hombres durante siglos. ¿Quién es capaz de retener, sin vómitos, las escenas que de continuo se nos ofrecen, montados como por directores alucinados y realizadas por bárbaros repulsivos, que no se ajustan a reglas, ni las contiene alguno de aquello principios, como el honor, la defensa del más débil o el respeto a la mujer? Cuando Atila andaba desbocado por la Europa propicia, los combatientes concedían a las mujeres unas ciertas licencias para la supervivencia, y ni al más cafre de los soldados se le ocurría la idea de convertir a los niños en moneda de cambios o en último extremo en objetivo vulnerable. La mujer y el niño formaban parte de las excepciones que se imponían los combatientes. Así, de esta manera, les fuera en ese sentido caballeresco la honra y la vida. Ahora, cuando los mundos tienen a dominar los fenómenos siderales y se intenta dominar la técnica para utilizarla en la conquista de los espacios y en la creación de nuevos mundos, la guerra, propiamente dicha sigue siendo la guerra. Con sus miserias y con sus glorias se han convertido, la estamos convirtiendo en furia desencadenada por miserables, para los cuales ni los niños, ni las mujeres, ni las ciudades, ni los patrimonios sagrados, son respetados y allí donde la vida tiene, en tiempos de guerra, algún latido, se lanzan los perros de la muerte y se destruye cuando tiene algún signo de vida posible. En Belsán, que es un poblado de poco más de cincuenta mil habitantes, que tiene una Escuela para que sus niños no acaben hundidos en la broza humana que generan los pleitos políticos o mercantiles, un partido de bandidos sin ley, invadió el lugar sagrado, precisamente cuando los niños del lugar y sus padres se disponían a celebrar la gloria de la inauguración del Curso escolar, y al cabo de algunas situaciones, todas ellas siniestras y miserables, dieron muerte, la más alevosa de las muertes, a más de medio millar de seres humanos, sin distinción de sexos, de condición, de tradicional respeto y defensa de los débiles, sino mas bien todo lo contrario. Y esto que ocurrió en Belsán, sucede en Sudán y en Israel, y en Guantánamo y en Borneo y en Pakistán y en el mundo entero. Es como si se nos hubiera cubierto la conciencia con un golpe de sangre negra. Y lo malo, no es que estas matanzas bestiales se produzcan entre gentes más o menos extraviadas, todavía al pie de los anales de la civilización, lo pervertido y pervertidor es que los pueblos que se tienen por rectores de la humanidad democrática operan del mismo modo que sus feroces antecedentes, y sociedades que debieran ser ejemplo y garantía de serenidad, de solidaridad, de buen entendimiento entre todos los hombres de buena voluntad, se manifiestan como lo que verdaderamente son: pozos negros de violencia, para el sometimiento de los demás seres humanos y para el despojo de aquellos bienes que la naturaleza acuñó a través de los siglos para patrimonio de la Humanidad. ¿El patriotismo de qué humanidad? ¿Existe realmente respeto para los bienes, para los hombres, cuando en cualquier parte del mundo, manadas de los lobos insaciables, asesinan a blancos o negros? ¿De qué coña de patrimonio de la humanidad se habla cuando se extermina a los niños, el mayor bien de la Humanidad?... «Las guerras, ay, pasan llorando con un millón de ratas grises».

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