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Publicado por
MARGARITA MERINO
León

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ATRAVIESO LA DISTANCIA hacia otro continente maravilloso sobre el que coseré una cruz voladora de nubes, un etéreo pespunte que se hará fuga en los cielos insondables y se irá disolviendo según lo hilvano, eco simbólico de ese pasar hacia ninguna parte de nuestra condición mortal. Porque un día esa vigilia soñadora que me trajo a la ambulante extranjería, será polvo también y lo dispersarán las máquinas voladoras donde otros dormidos despiertos atisbarán la pasajera luz. ¿En qué color incendiarán mis sueños su resplandor postrero, su pertinaz pasión? «La respuesta está el viento» gritaba Bob Dylan. Es raro asomarse de nuevo a los espacios presentidos en otros rápidos vuelos y que ya parecen propios: por ejemplo el edificio de la Ópera de Sydney y su sorprendente estructura marina que no me canso de mirar. Se levanta grácil, todavía desafiando las reglas arquitectónicas del momento en que fue concebido y al fin logró erguirse sobre todas las dificultades que dilataron su construcción durante años encareciéndola con la traducción a volúmenes de su quimérico proyecto, y es hermoso -en verdad un privilegio- pertenecer por unos instantes a su inspiradora dinámica, pisar en él, merodear por sus aledaños navegantes, cuando se yergue tan airoso, listo para surcar los oleajes del mundo e instalarse para siempre en la memoria de quienes lo contemplan. Pero hoy no entraré para beber la pócima melómana que allí se destila, me basta respirar las brisas nocturnas que mecen su estructura porque debo continuar viaje, ya enriquecida en el vuelo amarrado a sus cimientos. Me llevo parte de su canción velera, un hilo de su estrofa, para dejarlos colgados en el puente sobre el que descubrí la intensidad de esta extraordinaria ciudad llena de vida. Cómo es posible que no sea universal la música de esta seguridad cosmopolita: duele pensar en los lugares profanados por la miseria, el hambre, la violencia, la guerra, y en sus pobres gentes olvidadas. Pero también aquí, cerca de las inscripciones de latón en el asfalto que recuerdan nombres de poetas, vienen a vivir -¿a morir en las calles?- los vagabundos ancianos que conocí en las calles norteamericanas de Seattle. Me pesa ver el hatillo peripatético de su vejez quebrantada bajo las estrellas hippies que no fueron mientras camino hacia el hotel. Y de repente, paréntesis del sueño, estoy llegando a Perth. Me quedaré explorando los aledaños de Fremantle, sus calles bulliciosas, librerías de viejo, los rincones de tabernas contemporáneas donde es tan fácil sentir la raíz primordial de una tierra generosa que se ha abierto desde su sencillez primera a las culturas que ahora la integran convirtiéndola en un potente mosaico de la energía autóctona, europea, asiática, aunadas y armoniosas para hacerse eco de la diversidad y acoger tolerante al forastero. Conozco el oceáno Índico que, con todos los respetos, aleja las ganas de nadar e impele a encaminarse a las praderas cuya síntesis urbana también habita el corazón vegetal de Kings Park, en los preciosos jardines de Perth. Es tiempo de floración en esta primavera temprana que estalla en colorido en sus plantas silvestres donde vienen a libar pájaros nunca vistos sin el temor de las especies en otros continentes. En Australia aman a los animales y esta pasión es evidente: no son asustadizos y conservan la desarmante inocencia que sólo conocí en los terneros y los potros que pastaban en los parajes irlandeses: me seguían tras las empalizadas lamiéndome las brazos mansamente con su lengua rugosa. Debe ser el espíritu del trébol, el estribillo dual, melancólico y juguetón que se importó con los barriles de la Guinnes ahora reencarnado en dos patos que me siguen aquí. Embebida en el estallido de las flores, todavía descubriendo los pecios de los naufragios holandeses -la historia rescatada del Batavia-, amanezco en la explosión soleada de las costas de Great Barrier Reef. Y ya estoy en Queensland, en la ruta de Yeppoon: conduciendo por la izquierda -¡ufff!- un canguro ha saltado frente al coche, pero esa es historia que acaso les contaré pronto si quieren compartirla... (Continuará). To Donal Savage.

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