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LA SOCIEDAD CIVIL ha muerto, la democracia puede ser una parodia y la tele es el verdadero parlamento. Así lo confirma la realidad norteamericana que nos fija a los demás las pautas de conducta política y económica que aquí acabaremos copiando. Estoy hasta las redondeces de esa campaña electoral que nos embuten en sobredosis, campaña en la que hay dos tipos compitiendo por demostrar quién es más plano de imaginación, más obtuso de entendimiento. Se llaman Querri y Bus, aunque todos tenemos cerca un rapaz repelente que estudia inglés y de inmediato nos corrige la pronunciación conminándonos a decir exactamente Querui y Bas, pues así se pronuncian y suenan en Norteamérica del Norte (la hay del Sur, del Extremo Oriente o de Irak). Así que Querui y Bas; vale. Prenunciemos corretamente , aunque veamos al chaval con una cara de triunfo insolente y pedante por habernos demostrado nuestra supina ignorancia. Si un adolescente es cargante de por sí, con subtítulos en inglés es insufrible, así que ese imbécil tiene su guantazo. Algunos locutores y enviados especiales, también. Y ahí tenemos a Querui y Bas columpiándose en crónicas, páginas dobles y en todo boletín informativo a las en punto. Lo que ocurre en nuestro país se la suda a todos los periódicos y teles de allí. En aquellos poderosos medios informativos somos como mucho un pedo en una gacetilla de página par. Sin embargo, aquí nos papamos de lo de allí hasta la hartura, nos hacen tragar la campaña entera cuando ni siquiera hacemos caso a las nuestras. Y apuesta lo que quieras a que después del telediario vendrá una película americana de las que le chiflan a ese adolescente con subtítulos para copiar de ellas gustos, modas y pijadas porque destilan mensaje, moralina, tías buenas y cochazos. Mientras tanto, Querui y Bas no se apean de la burra y siguen en pantalla. Allí actúan, miden y simulan. Después, los encuestadores determinan a quién nomina la gente o a quién expulsan de la Casa Blanca. El debate político se reduce a saber quién ganó la última entrega de este concurso del Big Brother de Washington, esta teleserie de risa y traje tieso. Confirmado, pues: la democracia es decididamente un espectáculo, un circo cada cuatro años. Y nosotros, como lerdos mirando. Es para mearse y no echar gota.

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