Cerrar
Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

Creado:

Actualizado:

NO ES QUE a mí se me ocurra en un momento de extravío mental que los mayores, es decir los viejos sean o deban ser carne de cañón o material para el desguace. A mí, por la cuenta que me tiene, los ancianos me dan mucha pena y como diría Piyayo, «me causan un dolor impotente», de modo que así que nos llegó el turno de la conmemoración, exaltación y atención del Mayor, o sea del viejo, nos apresuramos a declarar nuestra adhesión inquebrantable. Y es que estos días y estas noches, lo de la edad todavía fértil y lo de la circunstancia próvida del ser humano ha sido motivo de muy meticulosos estudios, todo ello por el accidente lipotímico en el que cayó el político gallego Manuel Fraga, precisamente cuando más interés tenía en sostenerla y no enmendarla. Porque se trataba de defender o de mostrar al elector los beneficios que se derivan de un buen estudio del Estado de la región. Cuando el discurso del héroe de Palomares se encontraba en su momento álgido, le dio el «telele» que los científicos llaman lipotimia y los sarracenos linotipia, y no tuvo más remedio que rendirse. Y cayó sobre el pupitre de las grandes decisiones como un pollo en navidad, con el cuello torcido y los ojos vidriosos. Y todos los lobos de la manada, a la vista del rendimiento del jefe incuestionable se reunieron para decretar que un ser humano, por muy gallego que fuera, si ha de desarrollarse en política, no puede sobrepasar los sesenta años y acaso, quizá, quién sabe, unas hierbas milagrosas. Con esto de las Edades del Hombre, aparte del mérito que debe serle atribuido al montaje sacro que con ese título viene desarrollándose por todos los templos de España, sucede que lo que se entendió como una llamada de atención para la debida atención de los mayores se convierte en un dato obligado de atendimiento para poner a los ancianos a la puerta de la calle. Decía últimamente un compañero y amigo en este mismo pliego en el cual me confieso diariamente, que siempre mueren o son masacrados los viejos, y que en vista de esta debilidad comprobada, los cuidados deben ser enderezados hacia situaciones físicas menos deplorables. Un viejo, dicen, además de no valer para nada es una lata, un incordio, un motivo de desaliento total. En un hogar puede tenerse un perro-mascota o un niño ecuatoriano, pero no un viejo. A los viejos propiamente dichos, se les inscribe en el Inserso para ver si hay suerte y se produce el accidente desgraciado, o se les coloca en algunas de esas residencias con «salmonella», de efectos devastadores a la hora de la Parca- digo parca no puerca- comida mediante la cual se les mantiene. Llega el azote en forma de lentejas rellenas, por ejemplo y los viejos mueren, como en Paredes de Nada. Sí, de nada, porque en nada se quedan. Como pajaritos mueren. En este nuestro querido León, tan histórico, con tantísima leyenda sobre sus espaldas, como lo de las cien doncellas y la sobadera al cuidado de las alegres chicas del baile. Tenemos gracias a la Paternal benevolencia de las autoridades y sus dineros, casi de todo. Menos un sistema completo y correcto de guarderías para ancianitos en declive. Nos cuidamos hasta la extenuación de presupuestos, de los santos peregrinantes en pos de la gracia en Santiago de Compostela, y les proporcionamos mesoneras y mesones, caminos y carreteras, centros de acogimiento y de descanso, en tanto que los viejos, (¡Ay nuestros viejos!) acaban a la intemperie. En nombre de los viejos caducos, pedimos para ellos hospederías de tres estrellas cuando menos. 1397124194

Cargando contenidos...