Diario de León

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CUANDO aquel cura de aldea o basílica entonaba con voz de corneja el canto de la Salve, concluía la primera frase exclamando un ¡todos! que invitaba o conminaba a la feligresía a participar en el cántico. Entonces, de los bancos surtía un barullo de voces más o menos unánime dando la réplica al presbítero, ¡todos!... viiidaydulzuuurasperaaanzaanueestra... Curiosidad: si el preste decía «todos» en claro masculino, eran sin embargo las paisanas las primeras y casi las únicas en subirse al gorgorito con voces estentóreas aun más de corneja que la de don Albino, mientras que los paisanos en general se escurrían de la invitación sin mover el morro o, como mucho, murmurando a su solapa la salmodia, aunque ese «todos», según hoy, se refería exclusivamente a ellos, a los hombres, a los de la boina en la mano y la mirada en las apabardas, a los de traje tieso o vara en la mano que presidían aquel día la misa del patrón. Atenta, pues, la compañía, o sea, la parroquia: desde ya, si se dice «todos» se refiere sólo a ellos; ellas no están incluídas en el genitivo. Prueba de ello -dice el «sexudo» buscador del sexo en las palabras- es que existe el término «todas». Esto lo descubrió el sexador lingüista hace poco; y algunos políticos, anteayer; de manera que a la orden de «todos» no vuelvan jamás la cabeza las señoras, ni repliquen, y aguarden a que se exprese literalmente un «y todas»; hay que demostrar que «aquí cabemos todos»... y todas. ¿Es esto una orden? ¿Es un consejo? ¿Una moda? ¿Es consigna para demostrar en el cacareo de los días que uno es correctísimo y además politiquísimo?... Sea. Hágase. Y procédase desde la fecha a precisar el rango femenino. Que nadie haga el bobo... o la boba. Ahora bien, lo que tenga de conquista igualitaria este redundar con el «todas», el «ciudadanas» o el «españolas», lo tiene de discriminatorio en sí mismo, pues verás que siempre se dice todos y todas, compañeros y compañeras, y así... esto es, el masculino primero y el femenino relegado a lo segundo, a lo que va detrás. El burro delante para que no se espante. Antes, al menos, se decía señoras y señores, damas y caballeros, dice aquí uno, y lo que parece conquista se queda en aberración que consagra el segundo plano de la mujer, lo que por otra parte sigue siendo demasiado cierto. La correccción política también tiene un huevo de hipócrita.

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