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LITURGIA DOMINICAL

Cuando la casa se hizo templo

Publicado por
JOSÉ ROMÁN FLECHA ANDRÉS
León

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EN LAS CASAS antiguas siempre había una habitación reservada para los huéspedes. La mayor parte de las veces se trataba de parientes que venían de otra ciudad. Algunas familias acogían al misionero o a las monjas que venían a pedir por el pueblo en aquellos años del hambre. Después, los miembros de la familia se han distanciado y las viviendas parecen haber encogido. La hospitalidad se ha hecho un poco más difícil. A casa vienen solamente los amigos de los hijos. Se quedan una noche y, a veces un fin de semana. De todas formas, las cosas están empezando a cambiar de nuevo. A algunas casas llegan jóvenes de otros países, inscritos en programas de intercambio o niños a los que se recibe a pasar las vacaciones. Esas experiencias enriquecen a los visitantes y también a quien los acoge. La apertura de nuestra casa a los demás es como un signo de nuestra hospitalidad, Pero sea como sea la casa, hay que esforzarse por mantener un corazón hospitalario. Quien a acoge a los demás recibe mucho más de lo que entrega. Salvación y promesa En el antiguo pueblo de Israel la hospitalidad era una virtud fundamental. Abraham recibió con todos los honores a unos peregrinos que llegaron hasta la tienda en la que habitaba a las afueras de Hebrón. Y en ellos y por ellos se le revelaron los planes de Dios. El evangelio de Lucas nos ofrece hoy el precioso relato del encuentro de Jesús con Zaqueo (Lc 19,1-10). El domingo pasado se nos contaba la oración de un fariseo y de un publicano. Hoy volvemos a encontrar a otro publicano rico. Ambos cobradores de tributos reflejan la misericordia de Dios con los pecadores que se reconocen como tales. Uno de ellos subió al templo a orar, allí se reconoció como pecador y se encontró con el Dios perdonador. El otro salió de su casa de Jericó y el Señor vino a ella a traerle el perdón por los pecados que reconocía. Lo que el templo fue para el uno, la casa lo fue para el otro. Su hospitalidad le trajo a Zaqueo los dones de la salvación y el perdón de Dios. Y su oración se concretó en una promesa sincera y generosa: la de restituir lo que había robado y entregar a los pobres la mitad de sus bienes. Nada menos. Alegría generosa E n este relato evangélico, tan bello como una parábola y tan interpelante como una profecía, sobresale la palabra con la que Jesús solicita la hospitalidad de Zaqueo: ¿ «Hoy tengo que alojarme en tu casa». Si cada uno de los cristianos escuchase esta voz de su Señor, se abriría a su mensaje y su presencia. Y de paso descubriría una alegría que siempre ha estado deseando y añorando. ¿ «Hoy tengo que alojarme en tu casa». Si la Iglesia hiciese suya esta sugerencia del Señor, no temería los continuos ataques de los que es objeto ni las críticas que se le dirigen como hicieron con Zaqueo sus mismos compañeros y cómplices. ¿ «Hoy tengo que alojarme en tu casa». Si esta humanidad acomodada del mundo desarrollado conociera esta palabra del Señor y la hiciera suya, aprendería a compartir los bienes que le sobran con todos aquellos que sufren de hambre y de miseria. - Señor Jesús, enséñanos a apreciar la virtud de la hospitalidad y deja que te acojamos con alegría generosa en la persona de los que llaman a nuestras puertas cada día. Amén .

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