CRÉMER CONTRA CRÉMER
¿Las aguas bajan sucias? ¿Rectificar es de sabios?
SI ASÍ FUERA, si, tal como aseguran los muchos sabios que en el mundo son y serán, «rectificar es de sabios», a fuer de listos, que no de sabios, nuestros políticos rectifican como locos. Y allí donde dijeran en alguna ocasión «diego», rectifican y se apresuran a decir «digo». Y entran en el libro de los disparates, porque no siempre el que rectifica acierta. A nosotros, los cronistas gratuitos de la ciudad, de la provincia, de la comarca o de la diócesis, nos corresponde el tanto de culpa de quienes estamos condenados a equivocarnos y, por tanto a rectificar. Pero pienso en ocasiones que si se le diera el crédito que se otorga a tanto cantamañanas como vive del cuento, a la prensa, al periódico nuestro de cada día, obtendríamos la sorprendente evidencia de que pese a estas lógicas equivocaciones y sus correspondientes enmiendas y tachaduras, seguir las sugestiones que proporcionan los periódicos sería bueno para la mejor salud social, ética, económica y naturalmente también política de la comunidad. Por ejemplo, cuando se mencionó lo de privatizar el agua oficial, en lugar de intentar encontrar la clave municipal que facilitara y abaratara el uso del preciado líquido, que era lo que la prensa, la radio y hasta la televisión aconsejaban, en lugar de ceder derechos y deberes, por el consabido plato de lentejas a los hábiles y certeros manipuladores de las necesidades generales. Convencieron a los padres municipales de que como la empresa privada para el manejo de los servicios y de los bienes públicos, ni hablar. Y se prepararon para entregar las aguas, como estaban haciendo con la tierra y con el cielo a los listos de la parroquia, lo que equivalía, por cierto a tergiversar la doctrina de la municipalización social de los servicios generales. Transcurrió un cierto tiempo de vacilaciones y reproches. Los «papeles» dejaron claro y terminante el principio que abonaba el mantenimiento del servicio bajo la dirección municipal, y al cabo del cierto tiempo, algunos de los que se apresuraron a ceder aguas, tierra y cielos en un arrebato de originalidad administrativa, se dieron cuenta de que no todo el monte era orégano, ni que por mucho madrugar amanecía más temprano, y pusieron freno en las cuatro ruedas del proyecto de privatización de nuestras aguas, hasta que la verdad resplandezca, teniendo en cuenta que los rumores de la canalla amarilla había conseguido entrever unas ciertas maniobras no demasiado ortodoxas que aconsejaban, por bien del prestigio municipal y espeso, que dejaran para mañana lo que nunca debieron haber previsto ayer. Y los que votaron la privatización, decidieron cambiar de opinión, de rumbos y de resultados y retiraron su voto favorable a la dicha privatización. Y en alguna de las declaraciones, no demasiado claras, se dejó caer la sospecha: «Creemos que la privatización presentaba demasiadas sombras a lo largo de todo el proceso». Y es lo que se preguntan los buenos frente a los malos triunfadores: «¿Es que se han disipado las sospechas? Y se añade: ¿Cuál era el contenido real de lo que había suscitado tales sospechas que aconsejaban rectificar el apoyo concedido para la privatización del servicio de aguas? ¿Es cierto lo que se mantiene entre los pocos sabios de que las aguas bajaban sucias?