Diario de León

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MÓVILES que caben en la uña de un oso tendrán pasado mañana televisión incorporada con cien canales en vivo, en diferido o en muerto, a elegir... esos tiranos de plástico metalizado que tienen más botones que una sotana... esos aparatos que cagan melodías y que contribuyen eficazmente a disminuir el número de fumadores porque en el bolsillo de la camisa aparcan mal a la vez la cajetilla y el tiruliru... esos despertadores y alarmadores sin ley que ayudan a elevar sin tasa el número de fumadoras incitándolas al pitillo en sus charlas interminables porque a ellas sí les cabe y sobra sitio en su bolso para el móvil, dos cajetillas, cartera, monederín y todo un universo cosmético o doliente con el que podrían montar un tenderete en el rastro... esos pequeños moscardones que nos convierten a toda hora en terminal del barullo planetario, informativo e interactivo... esos malos bichos con manías de chicharra que nos tienden hilos y cables invisibles con los que poco a poco van enredándonos y apresándonos de patas en una «red» a la que llaman «net», cágate, como en el tenis ( miedo tengo a que esa red acabe siendo tela de araña gigantesca, universal)... esos aparatines niquelados, carameleros, anacarados o luminiscentes que tanto chiflan a los críos para macarrear y a paisanas sin cuento porque les hace juego con el esmalte de uñas o con el bolso buitón... esos enanos estridentes que nos siguen como sombra a donde vamos y hasta el mear nos avasallan... esos sonajeros digitales que hacen fotos, gravan movimientos, mandan textos, reciben el Quijote en entregas... esos artefactos con ventanina luminosa que sirve de puerta a todos los inventos del multimedia y que mañana por la mañana, al paso que va la informática, serán máquina enana capaz de transferir voz a texto escrito, convertirse en enciclopedia, hacer delaraciones de Hacienda o preparar unas judías con chorizo de caerse... esos chivatos que delatan dónde estamos en cada instante... esos dictadores con teclitas que profanan la sagrada soledad llenando nuestra vida de logorrea y banalidad... esos, todos esos, son la madre que los parió y la causa de nuestra perdición, si a la postre tiene razón aquel fraile que aseguraba que las primeras cuentas que nos exigirán en el Juicio Final serán todas las palabras que hemos dicho innecesariamente.

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