Diario de León

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VIVEN SU MIEDO puro con clamores a Yahvé o abroncando a su gobierno. Siempre que salen a arar o a capar grillos, lo hacen con metralleta al hombro. Han plantado casa y bayoneta en tierra ocupada. Si hay que hablar, lo hace la boca del cañón. Juegan a las rifas del bombazo palestino. Lo saben. Es su riesgo por emperrarse en vivir instalados en la mismísima frontera de sus cojones. Admira la terquedad bíblica que le echan al cuento. Su misión parece una reconquista de las patrias de Jacob con tractores, ganados y alambradas... mas un ejército detrás, mil soldados por barba, mil blindados y otros mil bulldozers pilotados por Atila. Después de ordeñar las vacas rezan mirando a Jerusalén por dar el culo a La Meca. No les moverán. Apuestan su vida y su familia estableciéndose en espacio robado. Gobiernos israelitas les dieron tierras, palabra de honor y un chorrón de subvenciones. Transformaron en huertos y cultivos vallejos de alacrán y cerros calcinados que eran la puerta del desierto. Asombran algunos milagros agrarios suyos. Acusan a la indolente cultura árabe de esquilmar lo que quedaba con rebaños de cabras que roen el paisaje y siembran ruina forestal. Son judíos que vinieron a estos colonatos desde todo lugar del planeta. No será fácil arrancarles de sus sueños y arrogancias, de sus conquistas y mejoras. Les mueve y les narcotiza la fe del pionero, las formas del trampero y la recompensa. Son ya muchos compartiendo esa fe y haciendo piña. Los hay de toda ideología: derechones, menos derechones e inclinados. Y algún comunista. Conocí a dos de ellos en los setenta; uno era argentino. Pertenecía a un kibutz, una suerte de granja poblada, una cooperativa comunitarista y carismática que se extendió por aquel Israel desde que se inventó como estado. Estaban encantados con su colectividad y los palpables logros. Se conjuró la aridez. Donde ayer se bebían vasos de arena hoy verdea un vergel de nabos y naranjas. Me decían que sus vecinos árabes jamás lograrían algo así; ni lo buscan. «La tierra, de quien la trabaja», insistían... tierra abandonada, improductiva, pura ruina... hasta que llegaron los colonos. Cuando relaté esto a Kazan, un mocetón palestino que estudiaba Veterinaria en esta facultad leonesa a finales de aquella década, verás lo que me contó. Ven a esta esquina mañana.

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