Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

El bullying

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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EL «BULLYING» ESE del que tanto se habla y se escribe, es un terminacho procedente de los hijos de la Gran Bretaña, que sirve para designar a la familia de los hijos de presunta mala madre que se dedican en los ratos de ocio a acosar a los condiscípulos más débiles o a los más discretos, simplemente para dejar constancia en los anales del colegio al que pertenecen, de su capitanía. Son, en términos vulgares, los cuchillos de la parroquia. Su existencia y su acción en los círculos educativos es tan constante y perversa, que ya, entre los múltiples inconvenientes por los que atraviesa el noble oficio del enseñante, además de lo ingrato de sus devengos, éste de la actividad de las bandas de muchachos, prestos a cargarse a aquel que no se pliegue a sus exigencias, es, sin duda alguna, el más ingrato, perverso y significativo. Está demostrado que el orden impuesto por las mafias juveniles en el ámbito de colegios, escuelas y facultades es tan desmoralizador que recientemente un muchacho al cual se le sometía a vejaciones insoportables, no encontró otra solución que la del suicidio. Que un joven se arroje desde una muralla o que se deje ganar por el movimiento de las olas hasta perderse definitivamente, por amor o por desánimo espiritual, parece un acto romático que como en el caso de Werther puede dar lugar a muy apasionados sentimientos, pero que los colegios, las escuelas y las universidades hayan entrado y aceptado el dominio de los chulos del colegio, hasta acoger su tutela como en las películas de Don Vito Corleone, parece excesivo y obliga a las autoridades docentes, empezando por la ministra, el gobierno, el ayuntamiento y los distintos partidos políticos que pueblan la Península a establecer las leyes, a imponer las reglas, por muy rigurosas que parezcan, que sirvan para erradicar este terrorismo docente que puede llevarnos, si no lo remediamos, a la creación de peligrosas bandas de canallitas juveniles. Los maestros, los profesores, los catedráticos, llenos de ciencia y de buenas intenciones no pueden con la tendencia de esta tentación criminal y han de recurrir a la acción drástica de aquellos órganos más o menos oficiales sobre los cuales recae la responsabilidad del orden y concierto dentro de las aulas. Naturalmente que no sugerimos la idea de militarizar los centros educativos, con todas las consecuencias que de esta medida se derivan, pero tampoco puede eludirse la obligación de eliminar definitivamente las bandas montadas cinematográficamente para convertir los patios de recreo en zonas de agresión. El resultado de esta situación es la formación de núcleos de muchachos como instrumento de coacción ilegal, y la desautorización de maestros y profesores, a los cuales también se imponen estos malhechores del bien, que son los «bullving». La situación no digamos que digamos que resulta de imposible solución, porque bastaría con que a estos díscolos capitanes de banda se les aislara mediante su reclusión «escolar» en recintos específicos para este fin, librando a colegios, facultades y centros de educación de adultos de la presencia y del manejo terrorista de los chulillos de barrio o de escuela. No se trata de erigir cárceles para muchachos como se montan para ilegales sin papeles, sino centros de recuperación del mejor espíritu de solidaridad y de libertades bien entendidas.

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