Diario de León

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EL CASTAÑO o el pimiento, que pasan por ser hoy emblema de la excelencia berciana, son inmigrantes ilegales, gente vegetal que vino de fuera o de muy lejos sin papeles y con muchas ganas. El nombre se lo pusieron los griegos porque es especie originaria de la región de Kastania. Mírales ahí ahora; son orgullo de patria y aún más bercianos que la Virgen de la Encina, que vino después eligiendo otro árbol para aparecerse, una de esas encinas autóctonas que se quedan en sardón tapizando ladera en sardonal o sardonedos y apenas arbolan, aunque nada mejor para una aparición que esos castaños centenarios de tronca algo hueca que parecen capillita, arbolones con bóveda gótica y muecas litúrgicas de espanto o rezo en sus ramas poderosas. Pero es que una Virgen de la Castaña no sonaría nada bien. De los castaños me enamoré de crío en Corias, en aquel conventazo de trescientas sesenta y cinco ventanas que es todo un escorial asturiano. Eran arbolazos que se espejaban en el Narcea o subían monte arriba por el camino a Besuyo, que es la aldea en la que se crió Alejandro Casona después de nacer leonesamente en Canales, otro inmigrante. En la vieja heredad del monasterio quedaban ya pocos de aquellos castañones, pues los frailes, acabada la guerra incivil que aún nos renombra en odios, talaron sin duelo casi todo el monte para matar la hambruna conventual con sierra de tronzar; después pusieron viñas, que para un monje tienen más indulgencias, ya ves. Pero quedaron algunos ejemplares en cuestona pindia e imposible indultados del arboricidio en masa y a ellos me subía algunas tardes con un libro de versos de Machado para gozar untando de melancolía mi adolescencia. Pasó el tiempo y volví a enamorarme de otros castaños, los que escoltan en todo su largo cuerpo al río Selmo, desde Friera hasta Villarrubín y Leiroso. Hay allí bosquetes y castañales donde no serías capaz de quedarte un rato largo de noche lunera sin cagarte de miedo, pues son árboles de teatralidad pavorosa, retorcidos de gesto y susurradores de ánimas en pena. A no pocos de esos castaños les devora hoy la incuria, la roña, el chancro y la plaga de la vagancia. Prada Pradiña promoverá en breve una fundación para salvar, estudiar y devolver a este árbol su majestad. Menos mal.

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