Mujer y cambio
HE ACUDIDO puntualmente a dar mis primeras clases en la quinta edición de un prestigioso Máster de Periodismo y me he encontrado con una realidad ya poco o nada sorprendente: mi alumnado está constituido por veintinueve mujeres y cuatro hombres. Lo cual representa justamente que se ha invertido la proporción que regía en las aulas cuando yo cursé los estudios de periodismo, hace tres décadas. Un cambio tan acreditado que no hay espacio para considerarlo discutible, ni siquiera para malinterpretarlo. Significa lo que significa, felizmente. Y sólo desde un perspectiva política demagógica podría no entenderse. Porque, ¿esto es paritario o no? Yo, que no confundo política con fisiología ni creo en el oportunismo de los impulsos caritativos -que pueden ser paritarios, pero también humillantes-, me alegro al comprobar que la realidad es más dinámica y cambiante que la propia voluntad de nuestros gobernantes. No desacredito con ello los buenos propósitos de la clase política, pero sí me felicito de que la sociedad lleve la iniciativa y de que, en muchos sentidos, vaya por delante. Y aún más: me felicito de que esta tendencia social sea imparable. Nuestro entorno será más sano y más rico en la medida en que la igualdad se imponga de un modo natural, fruto del convencimiento general y de una educación adecuada. De modo que, al final, uno sepa tan sólo que tiene 33 alumnos, sin que sean relevantes otros datos fisiológicos, étnicos o religiosos. Se equivocó Flaubert cuando escribió que «la humanidad es como es; no se trata de cambiarla, sino de conocerla». La suya era la posición de un gran novelista, pero no la de un buen sociólogo, ni siquiera la de un agudo observador. El cambio es ley de vida en toda sociedad. Por ello, hay más acierto en el refranero popular cuando afirma: «Lo que hoy parece, mañana perece» o «mucho va de ayer a hoy». Torres más altas que la de la desigualdad han caído. Nada es menos refrenable que un cambio social cuando le ha llegado su hora. Lo dijo Ortega y Gasset, pero sería igualmente cierto si lo hubiera dicho su porquero. Y a este cambio le llegó su momento. Está a la vista. HE ACUDIDO puntualmente a dar mis primeras clases en la quinta edición de un prestigioso Máster de Periodismo y me he encontrado con una realidad ya poco o nada sorprendente: mi alumnado está constituido por veintinueve mujeres y cuatro hombres. Lo cual representa justamente que se ha invertido la proporción que regía en las aulas cuando yo cursé los estudios de periodismo, hace tres décadas. Un cambio tan acreditado que no hay espacio para considerarlo discutible, ni siquiera para malinterpretarlo. Significa lo que significa, felizmente. Y sólo desde un perspectiva política demagógica podría no entenderse. Porque, ¿esto es paritario o no? Yo, que no confundo política con fisiología ni creo en el oportunismo de los impulsos caritativos -que pueden ser paritarios, pero también humillantes-, me alegro al comprobar que la realidad es más dinámica y cambiante que la propia voluntad de nuestros gobernantes. No desacredito con ello los buenos propósitos de la clase política, pero sí me felicito de que la sociedad lleve la iniciativa y de que, en muchos sentidos, vaya por delante. Y aún más: me felicito de que esta tendencia social sea imparable. Nuestro entorno será más sano y más rico en la medida en que la igualdad se imponga de un modo natural, fruto del convencimiento general y de una educación adecuada. De modo que, al final, uno sepa tan sólo que tiene 33 alumnos, sin que sean relevantes otros datos fisiológicos, étnicos o religiosos. Se equivocó Flaubert cuando escribió que «la humanidad es como es; no se trata de cambiarla, sino de conocerla». La suya era la posición de un gran novelista, pero no la de un buen sociólogo, ni siquiera la de un agudo observador. El cambio es ley de vida en toda sociedad. Por ello, hay más acierto en el refranero popular cuando afirma: «Lo que hoy parece, mañana perece» o «mucho va de ayer a hoy». Torres más altas que la de la desigualdad han caído. Nada es menos refrenable que un cambio social cuando le ha llegado su hora. Lo dijo Ortega y Gasset, pero sería igualmente cierto si lo hubiera dicho su porquero. Y a este cambio le llegó su momento. Está a la vista.