CORNADA DE LOBO
No hay con quién
TODO PACTO entre contrarios algo de espúreo tiene y, a juicio de mal cubero, no parece que puedan contarse muchos inocentes en esta sala con licencia para tributarse esta resma de pedradas con las que se homenajean mutuamente los implicados acusándose de transfuguismos y traiciones o intentando explicar lo inexplicable de un charco cazurro bien embarrado como lo es un ayuntamiento-mercado, esta tienda, este vaciar un escaño concejil con tasas vergonzantes, tela al canto. Leonesistas y socialistas fueron enemigos sarracenos en una campaña electoral que, concluída, les puso a los dos en la misma cama (y se recuerda al respetable que en una cama sólo se pueden hacer dos cosas: dormir o joder). Upelistas y populares se declararon socios naturales en la anterior legislatura popular con visos de mucha armonía y prórroga, así que la traición y desembarco de leonesistas en la otra acera dando la alcaldía a los socialistas podría ser entendido también moralmente como un transfuguismo inducido por el mejor postor. Con equilibrios anunciadamente imposibles los socialistas pactaron con una fuerza veleta y bisagra que había demostrado sobradamente (y en ello están) qué modos, estilo y virajes suele hacer «pro domo sua», pese a lo cual e ingenuamente (cosa que en política es delito) creyeron en la fidelidad y honor prometidos (ya lo dicen los franceses, «el amor eterno dura tres meses», y es más que cierto). Llamarse a engaño ahora puede ser lógico, pero no es razonable. Entre pillos anda el juego. La jugada de los populares tiene también su imposible defensa. Laten bajo este acuerdo otras tirrias, otras venganzas y la utilización de lo público para despachar resentimientos particulares o codicias de poder. No es gobernabilidad alguna lo que, al parecer, inspira esta nueva situación. La sospecha contamina cualquier juicio que hoy se hace el peatón, ese don nadie estafado cuyo voto fue a mengano para que sea el odiado zutano (contra quien se votó) quien lo gestione o lo zurza con alambre de espino. Cuando en tertulias de lejos o de cerca me piden un juicio sobre este barreal con el que hacemos cacharrería los leoneses, me remito al título de un librejo que empecé a escribir hace tiempo y que, visto lo que vemos, tardaré en concluir: «No hay con quién».