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Publicado por
MANUEL MARLASCA
León

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ALGO nos ha tenido que ocurrir para cambiar tanto en tan poco tiempo. Algo nos pasado en veintiséis años para que aquel consenso que hizo posible el nacimiento de la Constitución, cuyo aniversario ayer celebramos y cuyo texto hoy seguimos disfrutando, se haya esfumado. Porque aquel acuerdo que para muchos tuvo tanto de renuncia se ha trocado crispación y trinchera, como recordaba recientemente el presidente del Congreso, Manuel Marín. Hemos caído en la dialéctica del amigo/enemigo, cuando en aquellos apasionantes años de la transición -admiración del mundo entero- sólo había en la política amigos y adversarios; y hoy es imposible aquel consenso ni siquiera como el arma más eficaz en la lucha contra el terrorismo, que es el único resto que nos queda de la dictadura, a la que ETA está dispuesta a suceder, porque es el régimen en el que la banda se encuentra más a gusto. Tanto que aparece en vísperas de celebraciones constitucionales, porque no soporta la existencia de un régimen de libertades y el maravilloso código que las regula y que nos conduce por la democracia. Podría especularse con que la renuncia que hicieron muchos de los protagonistas de aquella Constitución era su propia garantía de supervivencia en un sistema democrático. Y es verdad; porque la Carta Magna y las leyes que la regulan han permitido a partidos como Ezquerra de Catalunya o a los nacionalistas vascos, que ni siquiera asisten en Madrid a los actos conmemorativos del aniversario, convertirse en árbitros de la política, por más que en ocasiones cambien arbitraje por chantaje. Pero yo prefiero los tiempos en que Fraga invitaba a comer de su bolsillo (con los inevitables «queimada» y «conxuro» al final del almuerzo) al comunista Solé Tura, al socialista Peces Barba, al convergente Roca y a los centristas Gabriel Cisneros, Pérez Llorca y Herrero de Miñón, unidos todos ellos, como padres de la Constitución que son, en el empeño común de la redacción de nuestra Carta Magna, a los tiempos de hoy del rencor y del griterío. No porque cualquier tiempo pasado sea mejor, sino porque aquel empeño buscaba la concordia desde la discrepancia; y hoy las diferencias no se resuelven, sino que son barricadas o trincheras desde las que se intenta destruir al enemigo en que han convertido al adversario. EL TERRORISMO utiliza el miedo, la alarma social y el caos para hacer presentes sus reivindicaciones imposibles. ETA sembró el desconcierto en el comienzo de este puente largo, para hacer sentir a los ciudadanos de España que todavía dispone de capacidad operativa para irrumpir en la vida cotidiana de los españoles. Es un intento desesperado de exigir una presencia política cuando sus parámetros de influencia social en el País Vasco están bajo mínimos. Todavía quieren demostrar que existen. Según todos los informes disponibles, la organización ETA está sumida en una encrucijada; una parte importante de sus presos, algunos de ellos con gran influencia histórica, están deseosos de abandonar las armas y buscar una salida personal a sus muchos años de cárcel. Los más jóvenes dirigentes etarras son los que empujan la maquinaria de la muerte. Son los cachorros del terror que no quieren perder su oportunidad de demostrar su fanatismo. De momento van ganado la partida los que tienen la dirección de ETA; es decir, los que disponen de la caja del dinero y del arsenal de las armas. La sociedad civil vasca, por primera vez en muchos años, ve que quienes defienden posiciones radicales al amparo de las pistolas tienen una fragilidad política y social que todavía va en aumento en la medida que se vislumbra el declive operativo de la organización terrorista. Los vasos comunicantes entre los asesinatos, el crimen y la extorsión con las preposiciones políticas del mundo abertzale radical se han roto y esos conductos ya no tienen presión para influir en la sociedad que se está sacudiendo la presión del miedo. N unca ha estado tan cerca la derrota del terrorismo pero, al mismo tiempo, nunca ha sido necesaria mayor prudencia ante un monstruo que se resiste a desaparecer. Demasiadas personas, por llamarlas de alguna forma, han hecho del terrorismo y del crimen su forma de vida, su profesión y el sentido de su existencia, como para no prever que existirán núcleos de resistencia a la desaparición de ETA. La contaminación del clima político en España entre el PP y el Gobierno no puede abocar en modo alguno a la falta de unidad en estos últimos episodios de lucha contra el terrorismo de ETA porque cualquier resquicio, cualquier punto de apoyo, será utilizado por estos terroristas desesperados.