| Visto y oído |
Max Cotilla tiene billete de vuelta
Sucede que a veces los estereotipos no son del todo tan estúpidos como parece, y alguna neurona hábil queda entre el personal que se dedica a inventar frases hechas, nunca se sabe bien con qué propósito, siempre en la línea de aguzar el ingenio, que los inventos y los sabios suelen andar de la mano. La mítica de «la gran familia de Diario de León » servía para poco más que llenar de vez en cuando un parrafillo de esos discursos de Navidad que se anuncian inminentes, o cuando tocaba el enésimo aniversario, ahora que el centenario de la casa anda cerca. Hasta que un día sonó el teléfono y Max Cotilla mandó a un emisario para que dijera de su parte que el primer capítulo de la lucha ya estaba cumplido, por supuesto, con victoria absoluta de los rizos de oro más espigados que conoció nunca la redacción del decano de la prensa local, y que ahora que los árboles de Navidad ponen la picota cara al cielo, tenía ganas de darse una vuelta por la inmensidad de las alturas, para advertir a San Pedro que, o van bajando el volumen de la radio ahí arriba, o pueden darse por jodidos . La revista que saluda tiene una lectora menos desde ayer. Andaban en pañales todavía los que inventaron el tomate, la salsa rosa y todas esas chuminadas de la prensa cardíaca cuando ya en una esquina de la redacción pululaban, la mitad del día sobre el ordenador -la otra mitad por los suelos- un buen manojo de recortes con la última aventura de Carmina Ordóñez, la penúltima de Pedro Carrasco y la de Dios es Cristo con Lady Diana de Gales. Hoy después de comer, a todos juntos les toca sesión de carajillo y risas con la rubia. Mañana, ¡cachis!, la contraportada del Diario Peleón se guarda para ocasión posterior, que no mejor, la crónica en rosa de cuantas zarandajas se cuenten entre carcajada y carcajada, de esas sonoras, únicas, particulares. Las mismas que llenaron todas las mañanas que vinieron después de aquella en la que, el 3 de abril de 1994, una cara inédita abrió la puerta de la redacción. Decidida a que no se cierre nunca más, «la gran familia de Diario de León » da sentido al dicho, y guiña un ojo para que, aunque esta noche falte una línea en la lista de fijos a la hora del vino con Boli, encima del cartel de «Adiós», alguien ponga una pegatina y lo deje en «Hasta luego». El reportero Romero y compañía tienen memoria perenne, seguro.