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LITURGIA DOMINICAL

El único profeta y salvador

Publicado por
JOSÉ ROMÁN FLECHA ANDRÉS
León

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YA ES un hecho evidente la diversidad de medidas con las que los gobernantes de la España actual miden a los cristianos y a los musulmanes. En estos días hemos oído a muchos amigos comentar las razones que parecen motivar este trato tan desigual. Tal vez no importen los fieles ni el profeta, sino otros intereses. ¿El Profeta? El septenario de celebraciones que sigue a la fiesta de la Asunción de María reúne cada año en Elche a muchos visitantes. Los siete días siguientes las celebraciones de «Las Salves» congregan a una gran multitud de fieles. Este año a las puertas de la Basílica de Santa María se apostaban unos individuos que repetían a todos los que entraban: «No hay más profeta que Mahoma». Muchos nos preguntamos qué sucedería si alguien se colocara a la puerta de una mezquita para proclamar que Jesús es el único profeta y el Mesías de Dios. Pero nos preguntamos también si los cristianos están realmente convencidos de lo que significa reconocer en Jesús de Nazaret al portavoz definitivo de Dios. Ni líderes ni loterías Estas preguntas nuestras pueden pare cer el eco de otra pregunta más antigua que hoy nos refiere el evangelio (Mt 11,2-11). Desde la mazmorra en la que había sido arrojado por Herodes, Juan Bautista envía a dos discípulos suyos para que interroguen a Jesús sobre su identidad: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?» La pregunta no era ociosa en un ambiente en el que se habían presentado tantos pseudoprofetas y tantos falsos mesías. Como hará en otras ocasiones, Jesús no presenta más credenciales que sus propias obras. Gracias a él, «los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia la Buena Noticia a los pobres». Sus acciones coinciden con las antiguas promesas formuladas en el libro de Isaías. Estamos acostumbrados a leer este texto como una respuesta al Bautista. Pero esas palabras nos interpelan también a nosotros. Somos nosotros, aquí y ahora, los que no podemos aguardar a otro Salvador. Nadie nos salvará fuera de él. Ni personas ni instituciones. Ni líderes ni ideologías. Ni objetos de consumo ni loterías. Sólo Él. Ese es el contenido central de nuestra fe. Ni caprichos ni ocurrencias El mensaje que Jesús confía a los enviados por Juan termina con una bienaventuranza: «Bienaventurado aquel que no se escandalice de mí» Más que una advertencia dirigida al Bautista, esta felicitación es una clave para entender las palabras y acciones de Jesús. ¿ «Bienaventurado aquel que no se escandalice de mí». Muchos mostraron su resistencia a reconocerlo como el Mesías esperado. Su apariencia humilde y, sobre todo, su condena a muerte, eran un verdadero escándalo o piedra de tropiezo. Era dichoso quien superaba la tentación de abandonarlo. ¿ «Bienaventurado aquel que no se escandalice de mí». También hoy muchos desearían un Mesías a la medida de sus gustos, un evangelio que aceptara sus caprichos, una Iglesia que bendijera sus ocurrencias. Para la fe cristiana es dichoso el que no coloca su propia idea del Mesías por encima y contra la realidad histórica del Mesías Jesús. - Señor Jesús, en esperanza nos preparamos para la celebración de tu Nacimiento. Que no te recibamos de manera indigna. Que te aceptemos siempre como el que eres. Que te acojamos como nuestro Salvador. Amén.