EL AULLIDO
La cultura del esfuerzo
«LA DEMOCRACIA es un abuso de la estadística» decía Wiston Churchil. Pues bien, un par de encuestas recientemente difundidas hablan inequívocamente del desastroso nivel educativo juvenil del que goza nuestro país. Ante tales datos preocupantes hay quien trata de buscar subterfugios y argumentos paliativos, claro, pero las cifras dicen que estamos en la cola educativa de occidente, e incluso por detrás de Corea. Y visto esto, que a algunos profesores de la ESO con los que he podido hablar poco les extraña, acaso no vaya a ser suficiente esta vez con cambiar una ley, aumentar el presupuesto y demás decisiones estrictamente políticas. Acaso resulte necesario también que nuestros políticos, en este sentido, intervengan menos concretamente o más profundamente. Y es que una Ley General de Educación y un Plan de Estudios, como nos enseña el ejemplo de Finlandia, tal vez debería ser algo consensuado, pensado, repensado, firme y no sujeto a los cambios de signo político del Gobierno, como la Constitución. Además y sobre todo, en ese momento vital crucial en el que los estudiantes están conformando su personalidad y aspiraciones, necesitan también ciertos referentes sociales, y cierto ejemplo. Eso deberían tenerlo muy en cuenta nuestros políticos. Nada hay más perverso y dañino para con la educación que las operaciones triunfo, que las loterías de la cultura y la fama, que el culto de lo fácil, que la mediocridad promocionada y la estupidez televisada. A veces hasta da la impresión de que la estupidez está de moda, y que la falta de gusto y de ética se premia y se impone en literatura, en música y hasta en la vida. El populismo vulgar de cualquier orden mina la educación. Sin duda resulta innegable que España ha avanzado mucho educativamente hablando con la llegada de la democracia, y de hecho hemos conseguido elevar el nivel general, reducir el analfabetismo y superar en gran medida las desigualdades. Ahora todos los jóvenes tienen acceso a la educación, por supuesto, pero la batalla pendiente radica en la calidad de la misma. Y será muy difícil afrontar con éxito este reto educativo sin ir a la raíz, a la cultura de la superficialidad, del pelotazo y de lo fácil. Necesitamos mejorar la calidad de nuestros referentes sociales para poder mejorar la calidad de nuestra educación. Necesitamos que vuelva a cotizarse, valorarse y premiarse lo bueno y no sólo lo rentable; que no se confunda valor y precio como decía Machado. Sí, necesitamos que las personas vedaderamente ejemplares que destacan ética, estética, intelectual y/o humanamente sean quienen creen opinión, quienes salgan por televisión y formen parte de las tertulias radiofónicas. Eduquemos a los educadores, que frecuentemente no están en las aulas. Sí, necesitamos más cultura y menos espectáculo. Hagamos pues saber que no, que es mentira: que la palabra nombra, acerca, humaniza, profundiza, perfila y da explendor y, por eso, para las mentes menos cómodas y más preclaras, una palabra vale más que mil imágenes. Si queremos que mejore la calidad de la educación que reciben nuestros jóvenes, necesitamos incentivar primero a dichos jóvenes y no confundirles. Y por eso cualquier política en este sentido acaso tenga que empezar por explicar decididamente que la meta de un individuo no es el éxito sino la felicidad; no es triunfar sino vivir con dignidad y plenitud amando y siendo amado. La actual atmósfera de dispersión, de poco esfuerzo, de poco detenimiento, junto con el machista elogio audiovisual de la violencia, el culto a la vanidad y el cotilleo, se unen al mal ejemplo tan frecuente y evidente de nuestros políticos corruptos, de nuestros «famosos» inmorales y nuestro cada vez más aireado lado carente de honestidad y verdad, como tratando de desvirtuar la educación de nuestros jóvenes... No podemos permitirnos renunciar.