Diario de León

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ANTES de subir al altar donde arde el consumo, reconcíliate con tu armario, súbete a las baldas de arriba de la alacena, hoza en el trastero, haz parir la cajonería de muebles en los que vas embutiendo regalos viejos, chismes y cachivaches, esparce la morralla que se aloja en estanterías... y comprobarás que es infinitamente más todo aquello que te sobra, que lo que crees que te falta o necesitas. Infinitamente más. Estás enterrado bajo sedimentos y capas de inutilidades, de cosas que apenas si estrenaste y se murieron a tus ojos, bibelots que en su día te parecieron fascinantes y hoy son el colmo de la horterez bendita que apenas consigues esconder en el mueble del salón donde sigue insultando al gusto; y de allí no lo apeas porque fue un regalo de tu suegra, como ese jersey de pico que jamás te pones porque te hace parecer un interno de los agustinos o un tipo de Laponia vendiendo mocasines a los turistas. Y a ver, ¿dime para qué guardas esa máquina de escribir eléctrica que cedió paso al ordenata, dos minipimer que jubilaste, una tele que parpadeaba, aquella yogurtera de efímero uso, un molinillo de café cuando lo compras siempre molido, una aparatosa y guarrísima sangüichera que arrojaste al averno con un «que te limpie tu tía», dos neveras de campo que son plástico con roña, sillas plegables que es mejor que no las despliegues, una vieja centrifugadora de ropa que no te has atrevido a desterrarla por si acaso, ese amiseriado y maldito «porsiacaso» del que somos hijos y que nos acorrala con inutilidades perpetuas?... Y ahora abre tu armario. ¿De verdad crees que necesitas alguna ropa más? Allí duermen trajes de jamás, blusas de nunca, vestidos de paqué, pantalones de quitallá y tres cajones de bragas que antes llamábamos mudas, abrigos demodés, chaquetas de guiño viejo, más vestidos, corbatas cuarenta y tres, pañolones de espanto, fulares de toda raza... Aún así tendrás que poner cara de pasmarote feliz cuando en breve, en las fechas «señalizadas» que ya se nos tumbaron encima, te venga la misma suegra con la misma camisa y uno de esos pantalones verdes tan de moda bávara y campera que nos hacen parecer viejos guardas del Icona. Así las cosas, entiendo lo que buscas este año colocando en tu puerta un cartelón que advierta claramente: «Regalos no. Dame un beso de verdad».

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