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CRÉMER CONTRA CRÉMER

Los dineros del común

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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LOS CALIFICADOS COMO «dineros del común» resultan a la larga y a la corta, los menos comunes de los dineros del común. Según el técnico del que disponemos, España es el país de todo el universo, mundo, incluso Nigeria, Costa de Marfil, Tanzania o Marruecos, que se deja robar con mayor facilidad por sus hombres más principales. Y es que el calendario no registre un día y otro el episodio de este o del otro personaje de la política, de las finanzas propiamente dichas, de los negocios o de las virtudes más cardinales, que en una maniobra maestra de manipulación del Tesoro público no se haya quedado con un montón de euros. No nos gusta a los de esta casa denunciar con nombre y apellidos a los muchos granujas ilustrados y enriquecidos que conocemos, porque el oficio de chivato es siempre ingrato, pero ciertamente abruma el listado de prevaricaciones, de tahúres y mangantes como pululan por nuestros salones, oficinas y centros principales de acción política. Ahora y en esta hora convulsa que nos está tocando vivir, andan, delante de los investigadores, políticos de relieve que en un tiempo fueron administradores de fondos para la persecución de ladrones y maleantes de alta alcurnia... Y señores de la diplomacia que en un alarde de osadía, de finísima intuición y de aprovechamiento de oportunidades se quedaron con millones de dólares o de euros entre las uñas y andan tan campantes por la tierra, siempre montando tiberios extraños para acabar por quedarse con el santo y la limosna. Cuando se dice que España es un pueblo pobre pero honrado, se está inventando una frase para el ocultismo de banqueros en quiebra fraudulenta o de políticos esforzados en el cumplimiento del deber, del deber y no pagar, del deber para quedarse con todo. Y no es verdad, porque de entre los países de la tierra que más alevosos asaltantes del cajón de los cuartos públicos existen, sin duda España tiene el honor de figurar entre los pueblos o por mejor decir, de los hábiles rateros del Orbe. Ergo España no tan sólo no es pobre sino que dispone en todo momento de cantidades fantásticas para cubrir las ambiciones de los operadores políticos de los dineros del común. Y esto no tan sólo no es bueno, sino que es malo. Porque ante esa epidemia económica, la que efectivamente pierde y entra en la nómina de los países dotados de Cuevas de Monipodio y de zahúrdas del robo con licencia, es esta tristísima y espoliada patria nuestra sometida desde su infancia como nación a los asaltos de la infame manada titulada. Vamos hacia el déficit como va el Bernesga al mar, que es el morir, y nos parece a muchos del barrio que no estaría de más que los ministros del Interior, del exterior y medio pensionistas, dedicaran alguno de sus instrumentos de indagación, de acoso y derribo de los que nos roban hasta las pestañas para interceptar la alegre marcha de estos granaderos de uniforme y escaño. Porque dada la simplicidad con que solemos resumir esta clase de episodios, acabemos por cargar el tanto y el cuanto de culpa sobre los inmigrantes de patera. Es que, como día Chumy Chumez, «lo malo de la policía es que al final siempre se pone al lado de la ley».

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