Diario de León

GALOPANDO NUBES

Carlos BrignardelloRadulescu «El vigilante del desierto» (I)

Publicado por
MARGARITA MERINO
León

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CARLOS BRIGNARDELLO RADULESCU, «el vigilante del desierto», ahora cuerpo astral, vivió entregado a la belleza de un mundo del que fue ciudadano de excepción, siendo además por mérito propio y para quienes le conocimos bien, digno embajador de todo un continente.Desolación e impotencia me atenazan al referirme a un hombre extraordinario cuya delicadeza resulta tan difícil sugerir en un apunte desarbolado por la pena que impone además, por su brusca desaparición, el uso del tiempo pasado para referirme a quien tan hondamente he querido. Fue este limeño singular, hijo de padre de ascendencia italiana y madre rumana, un espíritu de excepcional riqueza y curiosidad sin límites que se extasiaba en el conocimiento de las raíces, las orillas y las sangres que le habían gestado. Algunos le conocimos cuando era la encarnación porfiada, más pura y alegre de las antípodas que han pretendido enfrentar los tópicos civilización y la fuerza bárbara de la naturaleza (mal interpretada como barbarie). Elegante e intenso, sujeto y colorista, él amó el refinamiento de la cultura clásica europea, como amó la intensidad vital de las culturas peruanas prehispánicas y el Siglo de Oro español o la penetración inquisitiva de las escuelas filosóficas y el estudio de las religiones y los mitos con un eclecticismo intelectual que le libró de dogmas pero no le apartaba de explorar -siempre acompañado de la gran literatura- los caminos recónditos de la selva, el desierto o la costa, la montaña o el llano y hacerlo pertrechado de poco más que una valentía temeraria. Autodidacta aplicado, estudioso constante, minucioso y barroco, -qué gran escritor será preterido por el historiador-, se fue haciendo a su manera y lejos de reconocimientos y academias, heterodoxo, pues era la suya una entrega absoluta. Fue abandonando sus títulos oficiales (compartimos la licenciatura en Ciencias Políticas y Sociología), para adentrarse en su pasión razonada que fue capaz de poblar el vacío espacial, la nada, con una compleja estructura simbólica por él inventada al palpitar de un corazón rebosante que latía extasiado ante aquella paralela sencillez tan verdadera. Así fue: libre y solitario. La mejor canción de cuna en esta hora brutal se cierne en los espacios desconocidos de la extrema belleza desolada en los que se internó sin testigos. Arde su nombre en un recuerdo que se remonta a más de treinta años de amistad que habita en la leyenda de un personaje polifacético que un día muy lejano regresó a casa, a Miraflores, (luego se instalaría en la hermosa casa de Barranco), ungido de los descubrimientos juveniles en tierras lejanas para entregar su versátil talento y el tremendo amor le inspiraba al estudio de la complejidad paisajística e histórica del Perú en sus estratos más antiguos, tejiendo así la intuición y la agudeza de su visión con la búsqueda de la propia identidad. Porque Carlos Brignardello Radulescu llegó a amar la sobria y rara belleza natural que contempló como una prolongación de sí mismo y de todo lo que un día quisieron ser los brillantes yos que le habitaban a los que fue despojando de todo lo que no fuera lo esencial. Y a ese empeño entregó sus brazos Polifemos para que fueran río manantial. Poseedor de todas las claves de la inteligencia y la sensibilidad aunadas en una cultura enciclopédica, heterogénea, que reunía sabidurías simultáneas fue a dárselas, para concederle un alma, al espacio desnudo en el que aprendió la última renuncia. La pasión del desierto peruano y sus espejos, (que yo no caminé nunca con él y que los que la vivieron junto a él califican de una experiencia casi sobrenatural), la deslizó en mis oídos como brasas que exhalan aún su quemante rescoldo en las palabras que todavía reverberan de aquella nuestra juventud donde soñaba América. La inesperada partida de Carlos Brignardello Radulescu, en su entrañable corporeidad física tan afectuosa y especial, ha llenado de lágrimas un mar silencioso y supone la pérdida (para el Perú y el mundo) de un estudioso apasionado, original e imprescindible que nos dejó un precioso libro: Simbología prehispánica del paisaje y artículos como La visión indígena del caballo y ese Paisaje exento que se inserta en Desiertos vivos. (Continuará)

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