EL AULLIDO
Visión elemental de Pelayo Ortega
UNA BUENA FORMA, amor, de iniciarse en el placer por el arte abstracto son los cuadros de Pelayo Ortega actualmente expuestos en la Galería Ármaga. No trates de entenderlos sino de entenderte. No creas que cada uno de ellos es una pantalla sino una ventana. Entra. Y contágiate con cada emoción de este pintor. Sumérgete en su personal orden; en su efervescente rebeldía; en su ironía; en su música¿ Puedes avanzar como una sonámbula por la belleza elemental de la obra de Pelayo Ortega, y protestar, y cambiar así de mundo. Si durante siglos las obras pictóricas figurativas y realistas nos han enseñado a mirar, las surrealistas a soñar, y las cubistas a -calculadamente- romper, el arte abstracto en toda su diversidad trata de hacernos trascender, y trata de enseñarnos a sentir. Contra el racionalismo, la normalidad, el «bien» y la canónica virtud los cuadros abstractos nos sugieren que existe el más allá, que todo puede entenderse de otra forma, que los sentimientos y las sensaciones son otro modo de mirar. La obra de este cotizado artista internacional, por ejemplo, nos introduce en un mundo ilógico pero no críptico, como si existiera la reencarnación y cada cuadro abstracto recordara la obra figurativa que previamente fue. Oh, míralos con atención y regresarás a la niña hermosa y risueña que un día fuiste¿ El arte nos devuelve la pureza que dejamos atrás al caminar. Flotan los elementos. En las creaciones de este fabulador, como en el jazz, conviven con aparente sencillez lo naïf, lo táctil, lo elaborado, lo improvisado, lo espiritual, lo gestual conformando un todo que, a primera vista, no tiene orden ni concierto. Pero, bien mirado, el autor demuestra conocer a sus clásicos, dominar la tradición y por eso propone su propio orden y su propio concierto. Sí, detente, por favor. Saluda con agrado a la belleza. No trates de entender, sino concéntrate en lo que puedas intuir, amor, porque esta realidad opresiva que habitamos trata de desindividualizarnos, de que entremos dentro de lo que hoy se entiende por normal, y por eso la lógica, la exactitud y la sensatez pueden hacer por ti menos de lo que crees, pero la imaginación, la docta trasgresión y el desorden controlado como forma de protesta, sí, pueden salvarte. Pueden salvarnos. Un cuadro abstracto no decorativo trata de que dejemos de aparentar ser como todos, y seamos simplemente nosotros mismos. Cada espectador activo ve algo que nadie más ve. Cada observador es único... Única. Por eso, al mirarnos mientras los miramos cogidos de la mano, esos cuadros están proponiéndonos una forma individual de observar el mundo y, de ese modo, suponen una invitación a la vida despierta. ¡Despierta! Sí, cada obra nos susurra al oído un «no te dejes manipular». Necesitamos este arte emocionante, inteligente, difícil de entender y de olvidar. Lo necesitamos para que la televisión no cope todas nuestras imágenes mentales, pues al hacerlo contamina cada aspiración y cada sueño definitorio y definitivo. Nos necesitamos. Precisamos, en la actual dictadura del realismo y lo inmediato, todo lo que nos invita a ir más allá. Una vez me dijiste que los críticos de arte contemporáneo tienen una prosa parecida a un cuadro de habitación de pensión. Me dijiste que, con sus tecnicismos academicistas parecen no querer alentar tu interés por la pintura, sino tan solo hacerte notar tu ignorancia. Por eso quiero invitarte a que leas esto con ritmo y, luego, a que regreses sola a esa meritoria Galería, a esos cuadros, a ese mundo emocional alternativo. Observa. Brotará un silencio repleto de todo lo que ya se ha dicho. Comprenderás entonces que lo máximo a lo que puede aspirar alguien que escribe sobre arte es a convertirse en un hombre que habla con las estrellas. Cada cuadro una emoción. Cada color un sonido. La exposición entera una voz encendida y desatada que al oído te susurra: ¿te quiero.