Diario de León

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¿INOCENTADA?, la de Adán. Lo demás sólo han sido bromas. Esas bromas son necesarias para aprender por las buenas; y las bromas macabras, para escarmentar por las malas. Un eructo de las entrañas de la Tierra producido a once mil metros bajo el mar es capaz de generar una ola gigantesca de treinta pisos de altura que sale de estampida a quinientos kilómetros por hora y llega hecha furias a costas lejanísimas arrasando lo que encuentra y segando casas de cuajo con rugido de diez mil dragones con sus fauces triturando. Esto es una broma firmada por la Naturaleza, pero también bárbara inocentada. Inocentes son los muertos, tantos miles, ¡tantos niños!, un atraganto en los corazones de buena voluntad, pobrecines críos, nadie les pudo ayudar, vino el coco y les pilló dormidos, les arrolló el espanto... duerme, mi niño, duerme. Muchos inocentes devoró la gran ola y todas las olas hermanas que venían detrás. Eso lo hace el mar en esos sitios lejanos con alguna regularidad infrecuente; o a lo bestia, como es el caso. Justo hasta donde alcanzaron esas olas extraordinarias es una linde y un grito furibundo con el que el mar dice esto es mío, ojo con quedarse aquí montando casa y mirando a las apabardas o a la caja registradora, mucho ojo, que viene una ola y te moja la toalla. Eso es del mar. Lleva repitiéndolo milenios; y quien lo niegue es un perfecto idiota. Pero se olvida porque lo manda el hambre o el negocio. Esas costas de apretura demográfica están pobladas por pobres, gente de poca chicha a quienes no queda otro suelo que el peligro, pero se poblaron también de listos con negociete turístico y playa tropical, exotismo viajero para viajeros hastiados. Hoteles, bungalows y poblados de tiendas, mercadillos y souvenirs se han ido al carajo haciendo surf sobre esa ola, dios mío, qué terror, tiemblan las aseguradoras occidentales, los touroperadores se rilan. Bueno, pues ya vendrá algún imbécil con discurso emprendedor anunciando la resurección del ave Fénix sobre los lodos y prometiendo una reconstrucción doblemente ilusionada sobre toda aquella desolación, porque hasta que llegue otra ola devastadora pasarán cincuenta o setenta años de calma, de olvido y haciendo caja. Se repite la inocentada de Adán. Después de todo, aquello es el Paraíso, según aseguran los folletos de agencia de viajes.

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