Diario de León
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LUIS ARTIGUE
León

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NINGUNA DESGRACIA es del todo ajena. Oh, más de cien mil muertos desconocidos en países exóticos del sudeste de Asia vienen a nuestras conciencias en plena celebración navideña como para hacernos preguntas decisivas... Ética de lo colectivo... Un seísmo, una taquicardia del corazón del mar, y se han inundado los hombres y las cosas. Año nuevo a la vista y en la tele lo mismo. Agua viene. Agua va. Uno de los países más afectados esta vez ha sido Sri Lanka. Sí, al contemplar las imágenes catastróficas y tratar de integrar en mi mente esa noticia pensé en el dato -cien mil muertos- y en lo despersonalizadamente que explican los fríos números acontecimientos fatales como éste. Y por eso, para no aposentarme en la indolencia, traté de poner mediante la imaginación emocional algunas caras a ese número¿ ¡Sri Lanka! Entonces, intentando hacerlo, recordé una novela postcolonial, especiada y lúcida de un famoso escritor de ese país -Michael Ondaatje-, la cual está traducida al castellano: «Cosas de Familia» (Ed. Destino). En sus páginas incluye historias, algunos deliciosos e imaginativos poemas como por ejemplo «El Pelador de Canela», y nos introduce en ese mundo mágico: el Monzón, la irrigación para cultivar arroz, las tradiciones orientales, los ancestros, las especias, la calma, la naturaleza, los individuos con pocas posesiones haciendo un constante elogio de la supervivencia, otra mirada posible, se puede ser feliz de oto modo¿ Sí, la buena literatura nos humaniza al sensibilizarnos en lo que tiene que ver con el dolor del otro, y además amplía nuestros horizontes en la medida en que nos enseña a mirar con otros ojos y, así, nos desensimisma y convierte en ciudadanos del mundo. A ningún ciudadano del mundo le es ajena esta gran tragedia asiática, no por repetida menos cruenta. Parece todo un aviso de la naturaleza en estos tiempos nuestros tan proclives a los desastres ecológicos por el bien de los pelotazos económicos. Sí, parece un aviso y, en realidad, es toda una llamada urgente, ahora que emerge de nuevo el nacionalismo o egoísmo de los pueblos, a la intersolidaridad del mundo. A nuestra solidaridad. La novela de Michael Ondaatje llena de vívidos personajes nos ayuda, en medio del desastre dantesco, a personalizarlo todo, a ponerle a los números cara, y nombre, y humanidad, y dolor íntimo que no sirve para nada pero existe. No es cierto que, por ejemplo, los muertos de las Torres Gemelas de Nueva York nos queden más cerca del alma que estos muertos, sino solo es que se encontraban en un lugar también alejado pero más rico económicamente hablando. No hay muertos de primera clase y de segunda, no. Eso, al escribirlo ahora, parece obvio, pero no lo es en la atención del telediario y los periódicos, ni en la jerarquía de nuestro dolor. Existen muchos modos de intentar sobrevivir, pero algunos son perniciosos. En Sri Lanka, como nos enseña cierta literatura postcolonial, se sobrevive mediante la solidaridad tradicional, milenaria, y profundamente humana. Pero en occidente tratamos de sobrevivir individualmente volviéndole la cara a la desgracia, deshumanizando las catástrofes, insensibilizándonos. Ojos que no ven, corazón que no siente y cerebro que no piensa. Por eso aquí la adversidad suele pillarnos desprevenidos: no estamos culturalmente preparados para asumirla. Por eso aquí no hay maremotos ni nos llueve el Monzón, pero nos ahogamos con frecuencia en un vaso de agua. El hecho de que esta Nochevieja, justo cuando estamos todos con nuestros nuevos propósitos y nuestro consumismo desaforado, coincida con la pobreza, el despropósito y la desgracia al otro lado del mundo puede que no sea casualidad, sino algo así como el ying y el yang. Igualación natural drástica. Extraña y desmesurada ley del péndulo... Ninguna desgracia es solamente propia.

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