Los caprichos más exclusivos
Simuladores de vuelo, coches deportivos a la medida de los más pequeños y un «monopoly» de cuero, plata y oro figuran en la lista de los juegos más caros del mundo de la revista «Forbes»
Muchos niños recibirán mañana el clásico Mr. Potato, pero sólo unos elegidos tendrán su versión con cristales de swaroski incrustados. Otros tendrán coches en miniatura, pero sólo un puñado podrán subirse a un Ferrari Testarossa de dos metros, motor de gasolina y asientos de cuero. Los que desenvuelvan el papel de un Monopoly no imaginarán siquiera que, al mismo tiempo, alguien estará desempaque-tando uno confeccionado en cuero, oro y plata. La revista Forbes acaba de publicar una lista con los juguetes más caros del mercado, aquellos que están al alcance de unos pocos y no sólo por su precio, sino porque ni siquiera se encuentran a la venta en jugueterías y supermercados. Los Beckham se pusieron hace unos días en el dis-paradero de los pedagogos cuando anunciaron que iban a regalar a su hijo una réplica de un Hummer, el todoterreno de su padre. Pero el alarde no parece ser una excepción entre la gente con cuentas corrientes similares. Según Forbes , grandes oligarcas, príncipes saudíes, abuelos multimillonarios y estrellas de cine son los principales compradores de estos artículos de lujo para los más pequeños. La moda de elegir en la medida de lo posible los juguetes más caros, que a mayor o menor escala se ha instalado en la calle, responde, en realidad, «a la crisis de valores de la sociedad actual, en la que el único valor que permanece es el del mercado y se confunde el ser con el tener», afirma el psicoana-lista y psicólogo clínico Manuel Fernández Blanco. Para este experto, este tipo de regalos están «al servicio de la prestancia narcisista de los padres, de poder lucir a su hijo con el juguete más caro», pero no cumplen su función de uso y no son un signo de amor. «Hacer un regalo con amor implica escuchar al niño, porque éste va dando pistas de lo que quiere, de cuáles son sus fantasías y esto no tiene nada que ver con el precio del juguete. Si así fuese, ningún niño del tercer mundo sería capaz de disfrutar -afirma- y está demostrado que no es así, más bien al contrario».