CRÉMER CONTRA CRÉMER
De Quijote a Sancho
DE RODILLAS ROGAMOS AL SANTO encargado de corregir extravíos, que por una sola vez y aunque sirva de ejemplo, los amable, generosos y fieles compañeros que me acompañan en la composición de estos cuadernos entre literarios y didácticos, que no todo lo que sirve para la enseñanza se reboza en la buena literatura; pues esperamos, digo, por esta vez los compañeros encargados de convertir estas meditaciones en letra viva, no se equivoquen demasiado y me sea dado leerme sin tropiezos. Porque siguiendo la sugestión emanada desde las alturas, me siento comprometido a exponer algunas de las reacciones positivas que en mí ha provocado la figura humanísima de aquel Quijote de la Mancha, enamoradizo y justiciero. Porque desde los centros intelectuales de la ínsula me proponen decir unas pocas palabras precisamente sobre la figura deslumbrante de este Alonso Quijano el Bueno, del que dependen tanto mis pensamientos como mis alucinaciones sociales. Porque aquel magro señor manchego, metido a caballero andante, era hombre de tan extremada entraña social que para enderezar entuertos fue creado y para defensa de los débiles escrito. Figura central en la biografía general de la España de galeotes, de curas y de barberos, que acabó bien vapuleado por gañanes y molinos, escuchando las palabras últimas de su vecino Sancho, cuando ya sintiendo en las carnes el escalofrío de la muerte, le decía: «No se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía». Y caí en la cuenta de que si grande fue aquel Caballero de la Triste Figura, y por el mundo andan escritas sus hazañas, no fueron menos los méritos que acrisolaba su fiel compañero de andanzas, no menos vapuleado que su amo y señor, pero siempre aferrado a la doctrina de la razón y del santo temor de Dios. Gustaba el lector de las historias de Cide Ámate Benegeli de seguir los pasos de Rocinante, tan al ritmo de los de su caballero, porque de estos hechos memorables siempre se desprendían motivos de asombro y de conocimiento, pero no eran desdeñados por ello, las reflexiones cabales del escudero, siempre presto a descubrirle al encalabrinado Andante lo que sus fantasías y extremosidades tenían de enajenaciones y devaneos de la mente. Y al desfilar ante el curioso lector las múltiples y sorprendentes figuras de la retablo quijotesco, inevitablemente acababa por imponerse su lógica, su entendimiento, su buen sentido y sus virtudes de su fidelísimo compañero, que no criado ni sirviente, del bueno, del fiel Sancho. No se le escapó al quijotesco Miguel Unamuno, también ganado para la causa de la verdad y de la razón, el valor humano que representaba aquel Sancho Panza, siempre a la sombra de su rucio y con el alma metida en harina, cuando de él dejó dicho: «Eran nuestro caballero y escudero, de los locos razonables, que no entes de ficción, como se pretende, de los hombres que han comido y dormidos muerto». Y quede en manos de mis fieles compañeros esta anotación sobre el caballero de España más señalado, Don Quijote de la Mancha y su compañero y amigo del alma, Sancho Panza.