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LITURGIA DOMINICAL

Nuestro Bautismo y el suyo

Publicado por
JOSÉ ROMÁN FLECHA ANDRÉS
León

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HACE poco ha sido noticia la celebración de «bautizo por lo civil». En realidad, era una habitual inclusión del recién nacido en el registro c ivil, añadiendo un p oco de solemnidad a la i nscripción. El hecho había de llegar, porque el ser humano no puede vivir sin ritos. Y si abandona los ritos religiosos, no tardará en ritualizar otras decisiones importantes. Con humor y picardia ha escrito Juan Manuel de Prada la semana pasada que nuestra sociedad terminará por traducir a lo laico todos los sacramentos. Pero el bautismo cristiano no es sólo un rito. El significante vale poco si no apunta a un significado. En el 2005 recordaremos que hace ya cuarenta años que concluyó el Concilio Vaticano II. En sus documentos se dice que por el bautismo nos configuramos en Cristo, es decir, nos identificamos con él, aceptamos como nuestra la suerte de su muerte y su resurrección (LG 7) y nos incorporamos a su Iglesia (LG 11). Por este sacramento de la fe, llegamos a ser hijos de Dios y partícipes de su naturaleza y, por lo mismo, realmente santos (LG 40). Estas afirmaciones ¿»dicen algo» a las gentes de hoy? Si el significante ha dejado de significar, habrá que preguntarse por las causas. Y ver qué le falta a nuestra catequesis y a nuestra vida. Entre el padre y el pueblo Pensamos hoy en nuestro bautismo, al celebrar la fiesta del Bautismo de Jesús. En los evangelios, aquel momento es de una gran importancia. Por su bautismo, Jesús se identifica con su pueblo. Se sumerge en las aguas del Jordán, a través de las cuales Israel había entrado en la patria de la libertad prometida. Con su bautismo, Jesús era mostrado por el Padre celestial como su Hijo amado. Esa dignidad no le confería especiales privilegios terrenos, sino que le asimilaba a la figura doliente del Siervo de Dios. En su bautismo, el Padre invitaba a los humanos a escuchar el mensaje de Aquel que era su Palabra hecha carne e historia para revelarles la honda verdad de su existencia. El signo de la paloma En el evangelio de hoy (Mt 3, 13-17)) se incluye una frase que conviene meditar: «Se abrió el cielo y vio Jesús que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre Él». Ni los escritos de los Padres ni las representaciones artísticas han olvidado este detalle. - Decir que el cielo se abre, como se abrió para Moisés, es una forma de decir que Dios se hace presente en la historia humana para revelar su cercanía y su voluntad. - Al decir que Jesús vio al Espíritu se nos indica que su dignidad es mayor que la de los antiguos profetas que, aun tocados por el Espíritu, no lograban verlo. - Al representar al Espíritu como una paloma se alude a la que Noé mandó a reconocer la tierra, al final del diluvio. Jesús es la nueva tierra sobre la cual se posa el Espíritu. En él comienza una vida nueva. - Señor Jesús, ungido para anunciar la salvación a los pobres, te reconocemos como el Mesías de Dios. Que la fe que profesamos en nuestro bautismo nos ayude a seguirte y dar testimonio de ti. Amén.

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