CRÉMER CONTRA CRÉMER
Memorias de España
Y SUCEDIÓ que vinieron los Almanzores y entraron a saco en la España entre visigoda y cristiana. Y sobre el campo quedaron los muertos. Cerca de doscientos. Y más de dos mil heridos. Fue una de las páginas más tristes de la Memoria de España. Ni Otumba, ni Lepanto ni el Barranco del Lobo. Sobre la tierra santa de España se arrojaron como lobos hambrientos y ensayaron la tremenda tragedia del exterminio. Y cuando al fin los malos fueron derrotados, que como es bien sabido también Alá ayuda a los buenos cuando son más que los malos, los jueces, los hombres de la ley y de la justicia recogieron el clamor popular y atendieron el crujir de dientes. No porque se demandara venganza, sino porque se exigía justicia. Y sobre el tablado sangriento de la miserable representación, se alzó una mujer (que siempre en España la mujer es la verdadera madre de todas las demandas fundamentales. Que hasta cuando el rey moro de Granada abandonaba con lágrimas su reino, fue la tremenda madre de las angustias, la que le gritó: «¡Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre!». Esta vez no intentaba la portavoz del alma herida de España que se le proporcionaran los medios de desquite, sino que se le descubrieran quiénes fueron los verdaderos causantes 1397058884 por acción y por omisión- de la gran tragedia de la España contemporánea. Los hombres de las solemnes magistraturas, como siempre, y con muy escasa voluntad de saber la verdad, nombraron una comisión. (¡Otra comisión, señor, para que todo pueda ocultarse impunemente!) formada por los más principales y sagaces representantes del país que empezaba a enterarse de los signos de la democracia, y al cabo de muchos discursos y de debates de patio de vecindad, se llegó a formar tal nube de confusión y delaciones míseras que nadie, absolutamente nadie supo -¡ni sabrá nunca!- qué es lo que pudo provocar la tragedia ni por qué no se detuvo la acción de los bárbaros. Nadie aparecía como culpable, pero tampoco a nadie se le ocurría la idea de descubrir a los verdaderos responsables. Hasta que una Agustina de Aragón, al pie de su cañón particular, levantando la mano señaló la pulpa amarga del suceso: ¡precisamente en la comisión investigadora estaba la trampa! Y en la prensa cómplice sus colaboradores fieles. Pilar de Aragón, o Pilar Majón había perdido en la feroz asechanza almanzora un hijo, su hijo, y nadie respondía a sus llamadas, ni a sus imprecaciones: «¿Quién ha matado a mi hijo?». Y nadie responde. Y cuando lanzó como un cuchillo el motivo de su reclamación, todos los responsables turbados cerraron los ojos y escondieron la mano. Como en el poema, la madre pudo decir: «Gemid, humanos, todos en ello pusisteis vuestras manos». Las palabras de aquella madre cayeron como un torrente de horror y también como el testimonio de la miseria humana. Y casi todos los españoles, lloramos un poco con aquella Pilar acusadora. Y que se sepa hasta el momento de redactar este parte de guerra, a pesar de las lágrimas vertidas, nadie ha dimitido, ni se ha roto las vestiduras, ni ha cubierto con lutos los altares. «Que nadie utilice nuestro dolor con fines partidistas», dejó dicho amargamente Pilar Manjón. ¡Y se nombró otra comisión! Con un comisionado ejemplar, independiente y severo. Otra Comisión o comisionado que terminarán como la triste Comisión felizmente condenada. ¡Y es que «ellos» son así, señor.