Cerrar

| Análisis | Radiografía de los maremotos |

Los tsunamis siguen ahí, al acecho Predecir es difícil y prevenir cuesta mucho dinero

Seguramente, este verano, en la playa, miraremos al mar de forma diferente. La posibilidad es remota, pero existe

Un gran tsunami puede acarrear más de 100.000 toneladas de agua por cada metro y medio de costa

Publicado por
César A. Chamorro - león c. chamorro | león
León

Creado:

Actualizado:

Cada año uno de estos letales muros de agua golpea con furia las costas, cobrándose numerosas vidas y causando tremendas pérdidas económicas. Las ciudades del Pacífico están permanentemente amenazadas. Las del Indico han sufrido hace unos días una de las mayores catástrofes de este tipo. Tim Folger, un experto en estos temas, relataba hace años lo que sucedió a las 20 horas del 1 de septiembre de 1990. Chris Terry vivía en San Juan del Sur, en Nicaragua. Al igual que la mayoría de los habitantes de esta población no sintió un pequeño temblor de tierra, pero se quedó perplejo cuando oyó un gran estruendo. Se encontraba junto con su amigo Scott Willson, otro emigrante estadounidense con el que regentaba un pequeño negocio de alquiler de barcos, en San Juan del Sur, en el camarote de una embarcación amarrada a puerto. El ruido había sido provocado al golpear la quilla contra el suelo del mar, que hasta hacía unos segundos se hallaba a seis metros de profundidad. En un instante el puerto se había vaciado de agua como si alguien hubiera quitado un gran tapón en una bañera gigante. A los pocos segundos el barco con sus dos tripulantes fue levantado como una pluma por una ola gigante que apareció de repente. La nave cayó de forma estrepitosa en el valle posterior de esa ola gigante y cuando Terry y Willson pudieron reaccionar y se pusieron en pie en la embarcación vieron con espanto como el muro de agua sobre el que habían saltado se abalanzaba sobre la playa. La montaña de agua se tragó literalmente el pueblo. Todas las luces desaparecieron y sólo se oían gritos de pánico. A pesar de todo, los nicaragüenses de San Juan del Sur tuvieron suerte. La ola allí no alcanzó los 20 metros de alto como en otras zonas de Nicaragua. «Sólo» murieron 170 personas, la mayoría niños que estaban ya durmiendo en el momento de la ola y 15.000 personas se quedaron sin hogar. Al menos una vez al año en alguna zona del mundo se produce un tsunami, palabra japonesa que significa «ola del puerto». No obstante, hay excepciones. Por ejemplo, entre septiembre de 1992 y julio de 1993 se produjeron tres grandes tsunamis. En cada caso las consecuencias son diferentes, dependiendo de la virulencia del tsunami y del país castigado. En noviembre de 1990 un terremoto cerca de las islas Flores, en Indonesia lanzó contra la costa una masa de agua que acabó con la vida de más de 1.000 personas. En julio de 1993, un seísmo en el mar del Japón desencadenó un gran tsunami con olas de más de 30 metros de alto que acabó con 120 vidas. El nacimiento del monstruo Los fenómenos geológicos que pueden desencadenar un maremoto pueden ser corrimientos de la plataforma marina, erupciones volcánicas submarinas y seísmos. La inmensa mole de agua situada encima del seísmo puede llegar hasta los casi 30.000 kilómetros cuadrados y toda esa agua se hunde por efecto del terremoto submarino. El agua que circunda esa zona se eleva por el efecto del impacto de forma semejante a como lo hace la superficie de un globo alrededor de un dedo que lo presiona. Una vez en alta mar esas ondas pueden crecer sólo unos pocos metros y la longitud de onda, es decir, la distancia entre cada ola generada puede ser de miles de kilómetros. Pero las olas normales ocultan detrás a un muro de agua que avanza a velocidades que pueden llegar a los 750 kilómetros por hora. Algo menos que un gran avión intercontinental. Estas olas y sus réplicas pueden permanecer en el mar durante más de una semana, algo que no es de extrañar si tenemos en cuenta que en estos seísmos submarinos se libera la energía equivalente a varias bombas atómicas, buena parte de la cual se transfiere a la columna de agua. Cuando esa ola descomunal llega a aguas poco profundas se hace aún más peligrosa ya que por la fricción se reduce la velocidad lo que provoca la superposición de varias olas lo que hace que se levante un muro gigante de agua que puede llegar a los 150 metros de alto y que arrasa todo a su paso: un gran tsunami puede acarrear más de 100.000 toneladas de agua por cada metro y medio de costa. El reciente maremoto (o más correctamente, los maremotos) en Asia fue provocado por un terremoto de magnitud 9 en la escala de Richter. Pero lo curioso es que terremotos relativamente débiles también pueden provocar tsunamis devastadores. Un ejemplo de ello es el terremoto de Nicaragua de 1990. En 1896 un pequeño temblor de tierra causó un tsunami que acabó con la vida de casi 25.000 japoneses. Las explicaciones de los sismólogos se centran en que los terremotos submarinos pueden liberar su energía muy rápidamente o más lentamente. En el caso del terremoto de Nicaragua, la placa de Cocos se deslizó por debajo de la de América del Norte en unos segundos. Los equipos de medición sismológica estándar pueden subestimar la importancia de un terremoto y sus consecuencias en la formación de tsunamis. De hecho, la escala Richter ya está anticuada para detectar seísmos que produzcan olas gigantescas. El recientemente producido en Asia sí responde a la proporcionalidad gran terremoto submarino gran tsunami, pero puede que el siguiente no, y que un pequeño terremoto que libere su energía lentamente con señales cuyos períodos sean superiores a los 20 segundos (la escala Richter significa que el terremoto tiene un mayor nivel cuantas más vibraciones por segundo se produzcan en periodos de hasta 20 segundos) cause un terrible tsunami. De hecho, al terremoto de Nicaragua de 1990 se le asignó un 7 en la escala Richter, pero los cálculos de los científicos lo elevaron hasta 7,6, lo que significa que fue 6 veces más devastador (ya que cada punto en la escala multiplica por 10 la fuerza del terremoto). Científicos expertos insisten en que la única forma de prevenir estas catástrofes es que los países con mayor riesgo inviertan en los modernos sismógrafos capaces de alertar cuando se produce un seísmo lento. El problema está en la capacidad real de los países pobres que están en las zonas de riesgo. Estados Unidos dispone de centros de alerta de tsunamis que trabajan las 24 horas, como el de Honolulu y el de palmer, en Alaska. Se reciben datos vía satélite de decenas de estaciones sismológicas repartidas en una veintena de países del Pacífico. Además, se reciben lecturas de los mareómetros situados en Alaska y Hawai. Pero incluso los países que cuentan con todos estos registros también hierran en sus predicciones, lo que también acarrea importantes consecuencias. El precio de un error En 1986 se produjo un terremoto en Alaska con una magnitud de 7,7. El centro de Hawai emitió una alerta de tsunami ante lo que se evacuó a los habitantes de las zonas costeras. La maniobra costó el equivalente a varias decenas de millones de euros de la actualidad, pero la ola que llegó a la costa a penas tenía un metro altura. A pesar de que los tsunamis se ocultan entre otras olas es posible detectarlos estudiando los registros con aparatos tan sensibles que registran variaciones del nivel del mar de un milímetro con periodos que van de 3 a 30 minutos, mientras las mareas y las tempestades tienen periodos que van de una a decenas de horas. Así pues, la mejor de las soluciones pasa por la instalación de estos sensores en las zonas susceptibles a posibles tsunamis así como en tener preparados sistemas de evacuación adecuados en caso de emergencia. Sirva un dato como reflexión escalofriante. La alerta de evacuación por el terremoto de Alaska que provocó una ola insignificante provocó que miles de personas colapsaran las carreteras con sus coches, la mayoría de las cuales tienen su trayectoria paralela a la costa. Si la predicción hubiera acertado y se hubiera producido un gran tsunami la alerta de evacuación habría causado decenas de miles de muertos.