Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Con sal o sin sal, resistid

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VICTORIANO CRÉMER
León

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IGNORO QUIÉN DIJO LA FRASE, pero no cabe duda de que merece ser incorporada al cuaderno azul de la gobernación de la ínsula leonesa. Por qué de la falta de sal dependió que la capital de todas las ínsulas legionenses apareciera bajo mínimos y sus habitadores con el alma en un hilo y con el riesgo de ser suprimido de la nómina de habitantes lo mismo que lo fueran nuestros antecesores de la época glacial, Por que de lo más glacial se mostró la madre naturaleza, allá por los días 24, 25, 26 y siguientes con una nevada que cubría las espadañas de las cigüeñas y con un frío polar que abrumaba. Centenares, millares de señores, de señoras, de niños y de ancianos. Que acudían con presura a cumplimentar sus amados deudos, durante los días sacros de la Nochebuena, de la Navidad, de fin de año, del estreno de uno nuevo y de todas las martingalas que al ilustre y activo comercio se le ocurren, fueron detenidos, acosados, y condenados a la inmovilidad eterna, como el buen hombre de Cromagnón en sus malos tiempos. La angustia del personal fue tal que se oyeron nuestras quejas, lamentaciones y recordatorios de las madres de distintas familias en los ayuntamientos. Menos en el de León, que por cierto se acababa de estrenar. Las calles de la ciudad aparecieron al cabo de los primeros días de confusión y de frío, cubiertas y amenazadoras, las señoras abundantes se dejaban caer y los servicios municipales de la limpieza y de la seguridad ciudadana brillaban por su ausencia. Ante el clamor general, una muy digna y preparada miembro del conjunto operatorio municipal, se adelanto a las candilejas para asegurar que los leoneses nos quejábamos sin razón, sin nieve sin sal, y que ¡Ay! más que se podría perder si en lugar de una nevada y un frío polar ártico se hubiera producido un maremoto en el Bernesga. Y que en suma lo que ocurría en León era tan insignificante que no merecía la pena que se debatiera en el consabido consenso. Las explicaciones de la dicha señora, naturalmente fueron avaladas por el señor corregidor y por el segundo corregidor, ninguno de los cuales se consideró obligado a corregir a la señora concejala, ni tampoco a suplir las muchas deficiencias demostradas en esos días aciagos. Y esa que el Ayuntamiento de nuestros amores, además de no hacernos ni puñetero caso nos considera subnormales de última generación. En León habrá dineros para el mantenimiento del deporte múltiple, y para subvencionar parroquias en ruinas y para resbaladeros y piscinas, pero ¡coña! no queda un ochavo para adquirir sal con la que disputar a la nieve, al hielo y a los escalofriados habitantes de la ínsula la sal que se necesitaba para luchar contra la nieve. En tiempos homéricos, cuando los leoneses andábamos en madreñas, si nos cubría una nevada, el municipio sacaba sal hasta de debajo de las piedras y mediante la incorporación de obreros parados, acababan con la nieve en unas pocas jornadas. Y el buen pueblo se pregunta: «¿Es cuestión de proveerse de sal o de cambiar de titular municipal? Porque al mismo tiempo que sufrimos esta notoria falta de condiciones para los cargos, la empresa aeronáutica que nos lleva en un vuelo a Málaga y a otras poblaciones igualmente dignas de conocerse, cierra sus aviones de la Virgen del Camino en vista de que los hombres responsables siguen andando a la deriva. A los leoneses no nos queda otra solución que atenernos a aquella famosa frase, que no se quién, coña dijo: «Con sal y sin sal, resistid, malditos»

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