CRÉMER CONTRA CRÉMER
Sube, que sube, que sube...
TODAVÍA NO ME EXPLICO por qué extraño fenómeno de memorialización me turbó durante toda la feliz noche de Reyes, el poema caballerisco que venía a decir: «Sube que sube que sube/ en brazos cae de un querube...». Y aquí mi memoria tuvo un parón alarmante: ¿Qué coña había querido decir aquel que dictaba mis pensamientos, con la subida y los querubes cuando de lo que se trataba era de acusar la gravísima decisión del Gobierno de la nación de subirnos las tarifas de todo lo habido y por haber? Subían, según las últimas decisiones de ley, sin rectificación posible, las tarifas de la luz, de la sombra, del sol, de la luna, del correo, de la leche, de la fruta y de la flora. Cuando andábamos en las vísperas de las elecciones que dieron con el cambio de signo en el cambiante municipio de León, los que se disponían a ocupar «el puesto que tenían allí» según declaraban, prometieron que aunque se produjera otra guerra en cualquiera de los golfos universales, en España nadie, absolutamente nadie, se atrevería a alterar los precios establecidos. «Ni siquiera los de la vivienda», aseguraban con la mano puesta sobre el Fuero Juzgo y los ojos en blanco. Contra lo que se achacaba a la anterior gobernación, a la cual se le atribuían todos los males y desmanes que en este mundo nuestro eran, con peligro eminente de acabar muertos en el esfuerzo por salir del hoyo, los recién llegados, en los cuales, una vez más, habíamos depositado toda nuestra confianza, se adelantaron para asegurarnos que no tan sólo no se moverían las cifras que gravaban la vida maltrecha de los ciudadanos de tercera división, sino que no se otorgaría licencia a nadie, ni a nada, para alterar los precios simples de las zapatillas, de las camisas de once varas, de los libros de texto, incluyendo El Quijote , añadiendo que ni siquiera el tabaco, que es una de las drogas que matan, movería su precio, por más que el principal beneficiario -el Estado-, se beneficiara menos con el uso y el abuso del pitillo. Nos las prometieron tan felices que nos entregamos a sus candidaturas como Julieta se entregó a Romeo. Y hasta los felices vecinos, se echaron a la calle, con pancartas elogiosas, dando mil gracias a Dios y al Cid mil enhorabuenas, por la conquista de Valencia. Fueron momentos de gozo y de gloria. Y las familias, a las cuales las costaba sudores de muerte llegar al día 15 de cada mes, sin caer en manos de los prestamistas usureros de nuestros días, o sea los bancos y las cajas de ahorro, pusieron banderas en los balcones. Y así, envueltos en nubes y pensando en los querubes de la canción, pasaron, pasamos, las Navidades, tan henchidas de paz y de cava catalana, y los Reyes Majos del Oriente de Gaza, y asistieron al ceremonial del anuncio de las rebajas de enero. ¡Y ahí sí que no! Ahí se nos cuajaron los entusiasmos ante la avalancha de aumentos de precios y se nos vino a la memoria la historia del padre, del hijo y del Espíritu Santo, ante lo que más bien parecía una burla que una operación comercial. En España, señoras de las rebajas, no se rebaja nada, absolutamente nada, lo diga quien lo diga y permitir la coincidencia del anuncio de las grandes rebajas cuando al mismo tiempo se impone el aumento general en todos los productos de primera, segunda y tercera necesidad, parece una coña maragata. 1397124194