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Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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TODOS A UNA como los de Laguna, andamos detrás de la gloriosa iniciativa de apoyar el proyecto de Constitución europea. Una Europa, grande y libre, como la España de Franco, y también programadora de la reivindicación del «pan y la justicia». O sea lo mismo, desde que yo tenía siete años, ya a principios del siglo XX. ¡Como para llegar a alcanzar alguno de los conocimientos esenciales para conseguir cuando menos un techo de alquiler! Cuando se nos concedió el privilegio de ser Europa, nos sentimos favorecidos por la divina providencia y dimos mil gracias a Dios y a Guzmán El Bueno. ¡Al fin éramos Europa! Como si hasta esta proclamación oficial, manejada por los partidos políticos más o menos turnantes fuéramos turcos, como si se tratara del descubrimiento de la penicilina, que por cierto ya había sido descubierta, los españolitos de la transición soñamos con una Europa unida que jamás pudiera ser vencida, ni siquiera por la América de Guantánamo. Y con espíritu verdaderamente europeo, en vista de que tanto Zapatero como Rajoy coincidían en que el tratado de la Constitución Europea garantizaba cuando menos la unidad de España, nos dispusimos a votar que bueno, que lo que ustedes digan, que sí. Y una vez que tomamos tan histórica decisión, nos hicimos una pesquisa interior: Y nos preguntamos: «Bueno, pero ¿qué es Europa para nosotros?». Y nos costó mucho trabajo respondernos. Sencillamente porque la madre Europa debió ser para los españoles de mil generaciones más que madre, madrastra. ¿Era Europa la Britania de Gibraltar? ¿O tal vez la más cabal representación de Europa fuera para nosotros la Francia de los senegaleses de los campos de fugitivos de la guerra civil? Indudablemente Europa tenía que tener para los españoles otros signos más favorables. Como por ejemplo, y ya por no ir más lejos, la Europa germánica de la Legión Cóndor. ¿Y por qué no la Rusia de los depósitos de oro transmitidos al país de Stalin como pago de la chatarra que se nos vendió para que perdiéramos la guerra... Europa era y es para nosotros todavía un enigma, un misterio, una clave para traducir infidelidades, por no decir otra cosa. Ahora se nos dice que la decisión de la ciudadanía en torno a la Constitución europea, es vinculante. No acabo de entender el término ni su alcance, pero me siento una vez más a punto de ser engañado. Otra vez y esta situación de alerta y de cautela desconfiada es lo primero que tienen que hacer desaparecer los encargados de convencernos de la benéfica disposición europea que la dicha constitución puede suponer para nosotros. Porque, señores y señoras de la magna Europa, no nos lo creemos. Y no es por ocultar nuestras ignorancias y reticencias en la consabida retranca maragata, sino que forzosamente nos atenemos a la filosofía popular que dice, dirigiéndose a quienes intentan mercadear con nosotros: -Verá usted, Doña Europa: Es que estamos escamados y convencidos de que entre usted y nosotros podríamos engañar a un gitano, pero difícilmente ya pueda usted, Doña Europa, engañarme a mí.