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CRÉMER CONTRA CRÉMER

Pido yo también la paz y la palabra

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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Y QUE ME PERDONE BLAS DE OTERO, si tomo su proclamación como título de mis meditaciones. Me doy cuenta de que no está el horno ibérico para bollos y de que el personaje de mayor calado en la atención general es el señor Ibarretxe, o sea el presidente del Gobierno de la autonomía vasca. En estos momentos y sea cual fuere el lugar en el cual se encuentre el ciudadano, entregarse por ejemplo a discernir sobre el estado de la nación, si no se detiene el meditativo en la figura del dicho señor Ibarretxe es cuando menos una frivolidad imperdonable. En el día jueves, trece de enero, ya con los carnavales llamando a nuestras puertas, se reunieron en el Palacio de Invierno de La Moncloa, los señores Zapatero y el susomentado presidente vasco. La reunión tenía por objeto dialogar, (porque la democracia o es diálogo o no es nada) sobre el plan soberanista propuesto por el representante vasco y el áspero enfrentamiento a que nos puede llevar o nos ha llevado ya si no se encuentran opciones racionales para encontrar las líneas de entendimiento necesarias para que España, o sea el país, consiga la paz necesaria para acabar de enderezar nuestra ruta. Porque, dicho sea sin acritud, que diría otro residente, bien afirmado en la memoria histórica hispana, la verdad, lo cierto, lo evidente es que todavía «no vamos bien». Porque para que un país se sienta al menos cómodo en el lugar que el destino le ha asignado, tiene que disponer de las libertades clásicas y de posibilidades económicas, bien administradas. Y los españoles, señores y señoras de la sala, efectivamente contamos, o al menos lo creemos, de las libertades inherentes a los estados de democracia que perseguimos, pero preguntamos: ¿o contamos con la adecuada economía para sostenella y no enmendalla? El señor Solbes, anda -¿a tortas?- con los dineros del común que considera amenazados pro el asalto de los ávidos sindicatos y los empresarios no se arriesgan a comprometerse en las tortuosas economías provinciales o locales, recelosos de que sus dineros acaben en el polvo. Estamos seguros (escribimos este parte de guerra, cuando aún no se ha levantado la sesión de presidentes enfrentados en La Moncloa) de que el señor presidente del Gobierno, se opondrá con la fuerza que le concede la legitimidad a los propósitos del representante vasco y que todo o casi todo, seguirá lo mismo, pero no cabe olvidar que este acontecimiento político obligará a modificar muchas de las opciones y no pocos de los cálculos de los españoles para el inmediato futuro. Ya la España de la transición y aún la de la Constitución, queda lejos y habrá que rehacer sus fundamentos prácticos. Pero ¡ay! nos quedará ya para muchos años inscrita en la carne nacional la huella dolorosa de un asalto frustrado. Conviene recordar aquellas tremendas palabras de Unamuno cuando la sangre comenzaba a correr por las calles: -Venceréis, pero no convenceréis. Nos quedará, pues, a nosotros, españoles, la difícil pero gloriosa tarea de intentar convencer ¡Tremenda tarea, señor Presidente!

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